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Martí

El vino azul

Este verano se han impuesto los gin-tonics turquesas y ahora llega el vino celeste, una novedad creada en el norte que se abre paso entre jóvenes y turistas, porque pese al sacrilegio para la ortodoxia enóloga, nadie puede frenar los tiempos modernos.

Los tiempos revueltos requieren novedades al segundo. Emociones fuertes. Tras el éxito del gin-tonic aturquesado del chiringuito llega el vino azul. Sabía de él, pero doy fe que existe. Dejo la crítica para los expertos, pero el chardonnay (cien por cien) se deja beber. Supongo que esta confesión lleva explícita la inminente expulsión en cualquier club de enología que se precie, porque la sinceridad siempre se penaliza. Triunfa la hipocresía. He aguantado quince años a un plasta que aprovechaba cualquier celebración para imponer el rioja como bebida única. Qué eso es vino y el resto no, os aseguro que una vez probado todo es lo único que vale, y demás simplezas; hasta que hace poco descubrí su bodega llena de bobal. Desarmado, ahora se dedica a sugerir el rosado como la compañía perfecta para la paella. A otro de los supuestos expertos vinícolas se la jugamos. Pusimos un caldo argentino en una botella de un conocido y carísimo priorato. Cayó en la trampa. Desde entonces calla, y se deja ver menos. Objetivo cumplido. Se pilla antes a un petulante que a un cojo, y en la mesa más.

Nunca hay que tener miedo a lo desconocido. Sea en gastronomía o en moda, porque al final se impone la fusión. Como la fideuà de espaguetis, el plato típico entre los italianos de La Safor. En estética, de las primeras y molestas operaciones para quitarse dioptrías, se ha pasado a las actuales, que son como una visita al dentista. Hablando de turquesas, entre los miembros de la cofradía calvonista se lleva el viaje a Estambul. Cuentan maravillas los que han ido. Con ocho días y un fajo de euros vuelves con una mata mejor que la del técnico colchonero. Mano de santo tienen los cirujanos otomanos, sostienen. Además entre la primera sesión de injerto y la última hay un sinfín de alicientes para pasiones turcas, pues vas con turbante.

Volviendo al vino celeste, fueron unos emprendedores del Bierzo los que lanzaron las primeras botellas después de dos años de investigación. Los valientes leoneses se asociaron con unas bodegas vascas y parece que han encontrado un público entusiasta entre jóvenes y turistas. Los inventores mantienen que el proceso de elaboración es natural, con una mezcla de uva blanca y tinta, además de pigmentos procedentes de la vid. Todavía no figura en las cartas de los restaurantes habituales, pero visto el gin-tonic macedonia que arrasa en otrora locales ortodoxos de exquisitos arroces, es cuestión de tiempo. No se puede ir contra la evolución.

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