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Julio Monreal

El postsanchismo y la pugna por el modelo de estado

Relegar el poder en otra persona y después intentar manejarla con un mando a distancia nunca sale bien. No le dio resultado a Eduardo Zaplana cuando eligió a Camps como sucesor al frente de la Generalitat y el PP valenciano al marcharse a Madrid ni le ha salido bien a Susana Díaz, que optó por colocar al frente del PSOE a un hombre de paja, Pedro Sánchez, para que aguantara el partido con indicaciones claras desde Sevilla a la espera de que el calendario electoral le fuera favorable para dar el salto a la política nacional.

Llega un momento en el que las marionetas quieren cortar las cuerdas que las soportan porque creen estar preparadas para caminar solas. Le pasó a Camps, aunque tuvo que tragarse una herencia que incluía a los Caturla, Rus, Castellano y otros muchos, y le ha pasado a Sánchez, que creyó poder volar con el viento en contra de quienes le auparon a la secretaría general del PSOE hace poco más de dos años. Rubalcaba acababa de dimitir tras los malos resultados de los socialistas en las elecciones europeas de 2014 y Sánchez se echó al ruedo, enfrentándose a Eduardo Madina y el candidato de Izquierda Socialista, Pérez Tapias. Entonces, Susana Díaz y otros notables del PSOE, entre ellos el líder del partido en la Comunitat Valenciana, hoy presidente de la Generalitat Ximo Puig, se movilizaron para evitar la victoria del favorito, Madina, a quien veían un aspirante de continuidad de Rubalcaba, y pusieron toda la carne en el asador para convertir a un perfecto desconocido, diputado del montón por Madrid y ex jugador de baloncesto, en secretario general del principal partido de la oposición.

La guerra que ahora desangra al PSOE tiene estos antecedentes. Se enfrentaban quienes ostentaban la legitimidad del voto directo de los militantes en unas elecciones primarias y los hombres y mujeres fuertes de la organización, también elegidos en sus respectivas circunscripciones y 'baronías'.

Pero el mapa ya no es el mismo que hace dos años. Los bandos están claros, aunque no todos persiguen idénticos objetivos. Los oficialistas persiguen la autonomía suficiente para buscar un pacto de izquierdas y nacionalistas que evite la continuidad de Mariano Rajoy, pero no todos los críticos defienden la abstención para permitir que el PP vuelva a formar gobierno.

Susana Díaz gobierna en Andalucía con el apoyo de Ciudadanos, y Ximo Puig lo hace en la Comunitat Valenciana con el respaldo de Compromís y Podemos. Y esta circunstancia diferente hizo que su alianza inicial a favor de Sánchez para obtener una posición en la mesa del poder se resquebrajara, aunque ello no afectara a su relación personal. Puig repite una y otra vez que él no ha pactado nunca con la derecha. Algún día se sabrá si el amago de acuerdo con Ciudadanos para alcanzar el Govern de la Generalitat fue una opción real o una estratagema para provocar los celos de Compromís y Podemos, con cuyos líderes acabó firmando el Pacte del Botànic.

Pero lo cierto es que la líder del PSOE andaluz, ya sea por convicción o por necesidad, representa el ala más conservadora del partido, la que ejerce un fuerte control sobre la organización y la que plantea un mayor grado de centralismo en oposición a quienes defienden un comportamiento federal que respete las distintas voces en sintonía con una evidente realidad plurinacional. En este último grupo está Ximo Puig, quien se esfuerza por subrayar que no puede ni debe haber una sola voz en el socialismo español, y que escenifica cada vez que tiene ocasión que hay vida fuera de la M-30 madrileña y que Cataluña y la Comunitat Valenciana suman el 37 % del PIB. Sus visitas frecuentes a Cataluña y la reciente cumbre con Puigdemont en Valencia son piezas de esta representación y de su apuesta por un escenario federal y de búsqueda de consensos tras la desaparición de la época de mayorías absolutas. Por eso promovió en las elecciones de junio la llamada Entesa para el Senado, candidatura conjunta con Compromís y Podemos, pero Pedro Sánchez, entonces en guerra con los del partido morado, no se lo permitió. Y el PP se llevó los escaños. Ahora, el agonizante secretario general que hundió el crédito electoral del PSOE pelea por la autonomía para buscar un acuerdo como el que negó a Puig, y ese ha sido el detonante para que el líder valenciano haya tomado partido, haya dimitido como miembro de la ejecutiva federal junto a otros 16 críticos y se vea abocado al desgaste interno y a una crisis con su consellera de Sanidad, Carmen Montón, quien permanece junto a Sánchez.

El problema presente es grave, pero no será pequeño el del 'postsanchismo', con la mesa del poder presidida por Susana Díaz (en carne mortal o con persona interpuesta ¿Madina?) y cada vez menos peso político que repartir. El PP, Podemos, Compromís... Todos se frotan las manos.

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