La frustración sigue vigente en nuestra sociedad: los más jóvenes no ven un futuro fiable; a los mayores se les desvanece la esperanza de conseguir una sociedad más justa. Elección tras elección, partido político tras partido, no se avanza: programas, ideas y principios se olvidan al alcanzar el poder. No es excepcional escuchar a los mayores que «con Franco estábamos mejor, sabíamos a qué jugábamos»; los más jóvenes ya solo repiten que «todos son iguales».

El país se democratizaba, confiábamos en que los políticos desarrollarían los modelos sociales acordes a las ideas, que se evitaría el abuso del poder y las injusticias de la dictadura; sí, tenemos Constitución, se vota, pero no se implementa lo que se elige. Gobiernan personas, muchas saturadas de amigos, con compromisos e intereses más fuertes que sus ideas; éstas las exhiben en declaraciones y gestos inconsistentes, después sigue el engaño, la estafa, la corrupción.

El libro España estancada, de Carlos Sebastián, ordena y analiza esta situación, que no es una percepción emotiva personal, sino lo que muestran los indicadores de la «calidad de las regulaciones» y del «Estado de Derecho»; Grecia o Italia no consuelan. Los abusos del poder político se suceden, la mala calidad de las normas, su volatilidad, los sesgos interpretativos del momento para favorecer a los amigos, el incumplimiento de las leyes y de las sentencias por la administración, la escasa eficiencia de la justicia? todo son factores que provocan que el deterioro avance, las instituciones sirven intereses extraños, aumentan su ineficiencia y se devalúan. Estamos en la senda hacia su insostenibilidad. Algunos somos prisioneros de esta trampa institucional.

El gran cambio, el del 2015, está empantanado entre trivialidades y apariencias. Muchos de los encargados de desarrollarlo han estado siempre en otra onda, alcanzar el poder ha sido un premio, ahora a disfrutarlo, explotarlo para sí, para los amigos. La preocupación de un alto cargo, orgulloso y frustrado al conocer su designación, que había tenido una convivencia confortable con lo anterior, era encontrar voluntades de fidelidad absoluta a su servicio. Esto se ha plasmado en las instituciones donde solo se han cambiado las plantillas de testaferros y voluntariosos sicarios. Tanta complicidad mantiene el gobierno de las instituciones como encuentros de familia, lo de antes, lo que ha desembocado en los escándalos actuales. Instituciones arruinadas, con deudas inasumibles, están poco interesadas en mejorar su eficiencia, ¡para qué!. El objetivo es cobijar a los amigos, por lo que invierten en los aspectos más marginales e ineficientes de sus objetivos institucionales, pero así contribuyen, de forma indisimulada, a sus actividades privadas. «Vicent, mal finançat i dilapidant, ¿com te les apanyaràs per ajustar el dèficit?».

Mi artículo anterior (Levante-EMV de 17/06/16), como este y otros, opinan y denuncian esta situación, en el atendía a una supuesta invitación del poder, para mejorar su información, desbordada por el estallido de un escándalo. La respuesta ha sido rápida, la de siempre, la que se predecía, si el mensaje es molesto, hay que acabar con el mensajero. Siguen también los comportamientos miserables.