Unos de los destinos turísticos ofrecidos en las grandes ciudades son las casas de citas: ir a los barrios donde la exhibición sexual y variopinta ofrece ese lado rápido, salvaje, obsceno y sin compromiso a individuos con ganas de romper la monotonía de sus vidas. Si algún alto cargo de cualquier empresa visita Barcelona por motivos laborales, a la noche pide a su homólogo, tras el cierre de la reunión, ser transportado al barrio chino, a las Ramblas, o a prostíbulos para el goce con prostitutas jóvenes, cuerpos que se venden a precio de ganga al servicio de una industria pornográfica, seguramente será transportado allí. De erótico, esto, no tiene nada. El erotismo requiere dedicación, amor y es un arte. Esto es una comercialización del sexo mecánico y perverso. Un producto más del capitalismo que nos gobierna donde gana el empresario con el currante y entre ellos dos aplastan a las mujeres avocadas a ejercer «el oficio más viejo del mundo». Este país cada vez recuerda más al Japón que narra Haruki Murakami en After Dark o en 1Q84. Una sociedad herida de muerte y fría por el neoliberalismo, rendida a trabajar a destajo, que ya no dispone del tiempo necesario para las relaciones sentimentales. No dejan espacio, ni tiempo para profundizar en vínculos que requieran paciencia y cariño. El Ibex 35 también nos ha arrebatado esos valores.

Un anuncio de la feria erótica de Barcelona con una actriz porno ha hecho furor entre los machos alfa de Podemos por considerarlo reivindicativo, empezando por Errejón y seguido por Iglesias. Es un anuncio para vender prostitución (no reivindica nada) aunque disfrazado con frases de la izquierda, y la actriz, según algunos tuits, apoyó el voto a Podemos. El promotor del anuncio, al parecer, es dueño-empresario de varios burdeles. Y los Podemos boys tienen un morro que se lo pisan apoyando a los proxenetas.