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Matías Vallés

González no se queda a recoger los pedazos

Los periodistas fueron espléndidos con El cisne negro, parábola de Nassim Taleb sobre las catástrofes inesperadas. De haberlo leído antes de encumbrarlo, sabrían que el pensador de origen libanés considera que «un erudito es alguien que cuenta menos de lo que sabe; un periodista hace lo contrario». Para evitar esta facundia inconsistente, no esperen aquí ni una sola predicción sobre la España sin PSOE, que tampoco es el fin del mundo. Dejemos la futurología en manos de los líderes socialistas, incapaces de gobernar el día de hoy pero muy duchos en la gestión del mañana.

La pérdida de una pierna no es una buena noticia para la otra pierna. Se ha abusado de esta invocación al bipartidismo como una cosa de dos, para advertir al PP de que debe tentarse las ropas porque le alcanzará simétricamente la ola destructora. Sin embargo, ¿por qué habría de ser contagiosa la vocación suicida del PSOE? De hecho, quienes recibieron la carnicería del Comité Federal socialista como una rendición incondicional a Rajoy, se quedaron cortos.

Al día siguiente de la ejecución de Sánchez, por haberse atrevido a proponer que el PSOE podía volver a La Moncloa, los desmedrados mandarines socialistas imploran a Rajoy que les rescate mediante la solicitud de su apoyo urgente a la investidura. El nuevo mantra mentiroso, en sustitución de «los números no dan para gobernar», declama que antes una sumisión inmediata al PP que un tercer calvario electoral en diciembre. Siguen haciendo predicciones.

Arriesgando, se puede perder. Sin arriesgar, es imposible ganar. El PSOE explora hoy un apoyo cobarde a Rajoy que no se note demasiado. Según otra de las falsedades compensatorias del último año, un PP condicionado ejecutará el programa socialista. Es curioso que nadie haya propuesto que un PSOE maniatado tendría que desplegar el programa del PP. El Comité Federal no significó una revolución, ni prendió el big bang voluntarista expresado por Ximo Puig. Supuso el aplastamiento sin contemplaciones de la intentona revolucionaria ensayada por un secretario general iluso o romántico.

Sánchez ha comprobado en propia carne que engañar a Felipe González sale más caro que mentir a seis millones de votantes. Recíprocamente, el expresidente ha demostrado que los socialistas no le preocupan lo más mínimo, por comparación con sus elevados intereses comerciales. Una vez entregadas las ruinas del PSOE que fundó a Rajoy, aunque sea a buen precio, González no se quedará a recoger los pedazos. Montará en sus aviones privados, para evocar los tiempos en que transportó a su partido a cimas de la corrupción no igualadas ni siquiera por el PP.

La clave de una hipotética negociación con el PP exigía la retirada previa del Rajoy de Bárcenas, Rato y Rita. Se decapita en cambio a Sánchez, no vinculado a la corrupción tras investigaciones exhaustivas, que ha multiplicado los municipios y comunidades socialistas, y que por dos veces consecutivas ha estado en disposición de negociar la presidencia del Gobierno para su persona y su partido. Sánchez se retira en voz baja, el PSOE vuelve a ser gobernado a gritos. Como tal vez suscribiría Taleb, el presente es demasiado rico para perder el tiempo con el futuro.

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