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Periodismos

José María García lo envió el diario Pueblo a los Juegos Olímpicos de México, en 1968. Allí se trabajó una buena exclusiva, la de la matanza estudiantil en la plaza de las Tres Culturas. El asunto tiene su gracia, no la matanza en sí, claro, sino la gestación de la noticia. Y es que al llegar y descubrir que el jaleo estaba próximo, García decidió asegurarse de que la línea telefónica del hotel María Isabel fuera para él y no para otro de los numerosos periodistas. El entusiasta reportero no encontró mejor solución que intimar con la telefonista. Le regaló unos bombones y recibió una invitación para cenar. Al final resultó que la cena fue el propio García. «Cumplimos como buenamente se pudo», confiesa, «y a partir de entonces la primera línea telefónica con España era la mía».

La anécdota se recoge en el libro de Vicente Ferrer Molina, Buenas noches y saludos cordiales (Córner, 2016), ideal para amantes del chascarrillo. Por su parte, El oficio más hermoso del mundo (Clave intelectual, 2016), de José Martí Gómez, aunque no le va a la zaga en cuanto al jugo anecdotario, es de otra pasta.

Si el de García es un periodismo de traca, espectáculo y pirotecnia, el de Martí es elegante, profundo y de largo recorrido. Quizá por eso los contactos de Martí con el fútbol fueran residuales. En sus memorias, por ejemplo, recuerda que la pelota fue el entretenimiento desesperado de los condenados a muerte por el asesinato de Melitón Manzanas. «A la espera de que nos matasen jugamos un partido de fútbol en el nevado patio de la cárcel», le dijo Teo Uriarte, «fue una forma de agotarnos físicamente para no poder pensar».

Va bien, el fútbol, entre otras cosas, para no pensar. Aún así, yo a veces lo hago, repasando errores vitales. No aprender sueco el año que viví en Suecia, disfrazarme de alcachofa en quinto de EGB y dedicarme al periodismo deportivo forman el podio de mis mayores equivocaciones.

García y Martí son dos animales periodísticos diferentes: el primero me inquieta y el segundo me reconforta. También se aproximan a la nostalgia de una manera distinta. Para García cualquier tiempo pasado fue mejor, un clásico, pero Martí, aun consciente de la deriva de los nuevos tiempos, conserva cierta esperanza respecto al oficio.

Lo cierto es que el periodismo mayoritario, el que va ganando, es el que se ha quedado en la superficie de la propuesta de García, y la ha llevado al extremo. El que busca la polémica en cada curva y el que, cuando un protagonista se lo echa en cara, busca la polémica en lo que ha dicho el protagonista sobre la polémica, en la paradoja cíclica del bucle que nunca termina.

A diferencia de García, además, el periodismo ahora es casi siempre débil con el fuerte y fuerte con el débil. Lo peor.

El tema, en general, da para tesis. Yo, prácticamente en todo, me declaro soldado de Martí. Incluso en la dicotomía entre pasado y presente, porque la memoria es muy tramposa y selectiva. Buenos, malos y regulares hubo, hay y habrá siempre. El tema, en particular, da para otra tesis.

Voy a contar un par de pecados, pero no los pecadores, en plan aperitivo. Uno: siglo pasado, el Castellón va a Atocha a jugar con la Real Sociedad y al locutor desplazado le tienen que advertir al descanso que los que visten de rayas son los de casa.

Y dos: años noventa, programación local, Pedrito Alcañiz sufre una lesión en el recto anterior y el presentador sentencia escandalizado: «¡A saber qué se habrá metido por el culo!».

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