Me han contado una historia. Un edil del Ayuntamiento de Valencia ha debido desplazarse por motivos relacionados con su cargo fuera de la ciudad junto a dos técnicos. A la vuelta paran a comer. Menú para tres. Ronda los 17 euros por persona. En la intervención municipal presenta el concejal la factura. Pero hay un problema, uno de los interventores indica que no se abona. La comida fue por motivos de trabajo pero no está contemplada y no pasa. El gasto no procede. El ayuntamiento eso no lo hace. El concejal, con cara de que le estaban llamando poco más que aprovechado de los recursos públicos, se va y me dicen que antes, bronca monumental con el funcionario, saca dinero de su cartera y pide allí mismo hacer un ingreso en caja por el importe de los tres menús, que ya se pagaron en el restaurante. A modo de propina al interventor de turno por haberle hecho perder su preciado tiempo en la conversación.

Si el disciplinado trabajador municipal hubiese tenido la misma vara siempre, quizá el consistorio valenciano no se situaría actualmente en un endeudamiento del 89 %. Con 721 millones de euros a deber. Y eso que ahora no está tan tieso, en 2014 se cerraron cuentas con 810 millones de euros en negativo. Como para lucirse de gestión. ¿Un apunte? Allí se han pagado facturas de comidas en grupo de 80 euros por comensal. Palabrita del niño Jesús.

Lo que también me cuentan es la repentina lentitud, las tardanzas administrativas, la sensación de bloqueo institucional o la desesperación que provoca tramitar cualquier informe, pago o visto bueno que requiera algo en la administración pública valenciana. Todo es imposible. ¿A qué se deberá? ¿Cómo se habrá podido pasar de la dolce vita al no se mueven los papeles de la mesa porque nada se gestiona?

La exalcaldesa realizó unas declaraciones a La Sexta donde justificaba sus elevados gastos y todo el montante de facturas en los cajones del ayuntamiento (ése donde ahora los papeles se pegan en las mesas de los interventores, por ejemplo, y no se levantan porque las gestiones no lo permiten) y dijo que no le gustaban las «cutrerías». Aún circula el vídeo por internet. Todo era cuestión de gustos. ¿Es que han cambiado los trabajadores de gustos?

Del mismo mal sufren también por el Consell. O todo tarda mil años. O un papel para en mil mesas. O un trabajador debe revisar mil papeles. Todo anda muy lento. Pero por dar una muestra de ejemplaridad, que precisamente sea una denuncia externa la que inste a la fiscalía del Tribunal de Cuentas a comprobar la presunta irregularidad de determinadas facturas y no parta de departamentos internos huele a chamusquina. ¿O acaso es habitual que el Consell necesite comprar huevos kinder u hoteles de cinco estrellas la noche de fin de año? Luego, al hacer caja su deuda se sitúa en 45.840 millones de euros. Es como para dedicarle una calle a esa Intervención por la gestión. Y encima por si faltaba algo, se enredan los trámites públicos que afectan a los ciudadanos por gusto.