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García Esteve

El viernes, el Ayuntamiento de Valencia decidió nombrar al abogado Alberto García-Esteve concejal honorario, también con los votos del PP, un detalle que les honra: la defensa de los derechos es cosa de todos. Aprovecho para darles un abrazo a sus hijos (y amigos), Albert y Judith. García-Esteve era abogado laboralista, con Franco y después. Un tipo con arrestos. A esa especie profesional de los laboralistas se le atribuían poderes casi taumatúrgicos, eran como Indiana Jones abriendo trocha en la manigua legal a golpe de machete. Y algo habría de verdad, pues con los laboralistas se ensañaron en la carnicería de Atocha y de los supervivientes nació el arte de la alcaldesa Carmena.

La manigua jurídica, de plantilla romana, enredaba mucho, más que cinco especies de lianas a la vez: estaba llena de suplico a vuecencia y otros considerandos y cuando el currante veía llegar al laboralista, suspiraba: era como Batman arreando estopa a los pillos de Gotham City. La ley es igual para todos, sí, pero presta más que unas medias de lycra y en caso de duda, se pregunta al centurión, que manda como diez decuriones, que mandan como diez legionarios. Así, la vida. Alberto, que era comunista, decidió aprovechar el proteccionismo del sofocante invernadero franquista para posar de irónico y culto, de calvo con pipa y gafapasta, para vacilar en sus momentos más felices a jueces que solo habían abrevado en libros de la editorial Reconquista, así llamada.

García Esteve advertía del riesgo izquierdista que supone hablar como si uno tuviera en el bolsillo dos divisiones acorazadas o un destructor amarrado en el puerto. Tenía largos silencios con los que parecía olfatear, con su fina nariz algo semita, cosas que no acababa de decir: entre el parloteo de una cena, prefería mirar a la chicas guapas, una forma mucho más inteligente de perder el tiempo. Lo recuerdo en una asamblea de rojos rojísimos, en el colegio salesiano de la calle Sagunto, me parece, cuando recibió, porque se lo había ganado, el carné número uno de CC OO. Fue aclamado y, en este caso, había motivos. Luego vino otra cosa.

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