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Memorias de Manel

Mi amigo el escritor Manel Joan i Arinyó se mueve como los viajantes: con su muestrario de paños y licores. Cuando presenta su último volumen de memorias „Na desconeguda„ nunca se olvida de reseñar que tiene otros dos hermanitos memoriosos: Com la flor blanca y Les nits perfumades. Manel es un buen vendedor de su género y un magnífico narrador. Lo comprobé en El Corte Inglés, hace muchos años, cuando fue a presentar algo, y nos regaló unas cuantas historietas inventadas a partir de un par de incidentes sin substancia. Manel ha estructurado Na Desconeguda como una sucesión de estampas de lectura fácil.

¿Estampas costumbristas? Como la palabra costumbrista puede apuñalar el prestigio de cualquier escritor, me apresuro a aclarar que aquí no hay autocomplacencia o evocación mustia, sino una galería de ganapanes y tarugos que conforman el retablo popular de la Ribera baixa, en el que se incluye el propio autor, con un sentido paródico y una disposición a lacerarse, sin tasa y con risas. Los satíricos somos así: preferimos perder un diente y atentar contra el triunfo de la ortodoncia, que permitir que una maldad se despeñé por la garganta sin haberla proferido antes. El texto crece en intensidad a medida que se acerca al resonante final.

Que en esta evocación, con unas gotas de lirismo pero ninguna nostalgia, desfilen Rosita Amores, La burra de Sueca, los hermanos Pizarro (combatientes de catch) y otros figuras, como ese amiguete que recibía cartas de los Reyes Magos, escritas al revés, y repletas de ofrecimientos, es una purga del origen por un método muy literario: el desvelamiento. Después de siglos de pudor y sentido del ridículo exagerados, ahora se nos llenan las librerías de literatura del yo (como si hubiera literatura de la comunidad de propietarios) o literatura de la memoria (como si de ella no dependiera toda la literatura). Y como no faltan figurones que parece que jugaron a la brisca con Rainer María Rilke en un castillo moravo, está bien que Manel nos recuerde que nuestra madalena de Proust fue un arròs caldós en granotes.

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