La dignidad política debe ser entendida como la cualidad de la persona dedicada a la cosa pública que le determina a comportarse con responsabilidad, honestidad, decencia, lealtad, ejemplaridad, seriedad y con respeto hacia sí mismo. Todo lo cual le hace acreedor del respeto de los demás. Desde que en 1981 el PSOE expulsó del partido a Alonso Puerta por oponerse y denunciar una adjudicación irregular en el Ayuntamiento de Madrid hasta Gürtel, pasando por un sinfín de casos de corrupción, malversación y sobre todo mentiras, el respeto de la ciudadanía hacia la clase política ha ido en franca decadencia.

Esta situación, junto con una premeditada y escasa pedagogía desde la escuela, nos lleva a los españoles a tener una situación política difícilmente gobernable cuando los problemas de ámbito nacional e internacional son de enorme envergadura. Por citar solo tres. La situación económica y nuestros compromisos con Bruselas. La insatisfacción generalizada en las clases medias y sobre todo en los jóvenes que está siendo simiente de populismos y radicalismos. Y, como señala el historiador Borja de Riquer, el problema territorial porque, dentro de la Unión Europea, solo en España se observa una pluralidad identitaria tan acusada.

Mientras tanto, haciendo del fútbol metáfora, Mariano Rajoy juega al fallo del contrario y sigue ganando partidos, lo que demuestra que más que mérito de él, el equipo contrario es bastante flojo y así, en la competición internacional, no podremos llegar ni a octavos. Ahora que están tan de moda las hojas de ruta, la sustitución de los que han manchado por acción u omisión el ejercicio de la política debería ser el primer punto a resolver porque sin buenos equipos no hay partido y no podremos competir en un escenario internacional globalizado que hoy se fundamenta en la economía y en la defensa.

Finalmente, este primer punto debería ser un reto de especial importancia para la llamada izquierda moderada si no quiere quedar difuminada entre un centro derecha posibilista y una izquierda radical con voluntad de dar miedo. Porque como les ha ocurrido entre otros a Felipe González, José Bono, José Luis Corcuera, Carlos Solchaga o Susana Díaz, fueron progresistas hasta que progresaron.