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Nostalgia de la guerra fría

En tiempos de tribulación, conviene ordenar un poco las lecturas, dosificarlas y dar tiempo para su digestión. Suelo hacer lo contrario. Por eso en estos días de tanta confusión y desamparo estético y ético, estoy en un bucle nada melancólico, quizás esquizofrénico, de lecturas varias e inconexas. Me suele pasar casi siempre, pero quizás he notado ahora más sus efectos. Por ejemplo, una preciosa historia de Galicia/Galiza, "Historia mínima de Galicia" de Justo Beramendi (Editorial Turner, Madrid 2016) me ha llenado de orgullo galaico y me ha reafirmado en la singularidad milenaria de mi pueblo, país, nación o lo que quieran. Las memorias de le Carré han hecho lo propio: ya no hay espías como los de antes. Las poesías completas de Rubén Darío y de León Felipe me han abrumado por su grandiosidad, y en ellas sigo. Volver a Lorca no es volver, es estar siempre en él. Hay más, en el salón, en el dormitorio y en la biblioteca, y en el despacho de trabajo. Un sinvivir. Siempre escribo lo mismo, lo uno lleva a lo otro, y esta vez he pensado en la maravillosa sociedad del bienestar que el Poder nos procuró mientras existía el bloque soviético. El miedo a que hubiera un gobierno comunista o con participación de los comunistas en Italia, en Portugal, en Francia, o incluso en España, propició unas coberturas sociales nunca vistas, el llamado estado del bienestar. Caído el Telón de Acero, el muro y los soviéticos, Reagen y Tatcher destrozaron el control de los mercados parido por F.D. Roosvelt con la ayuda del economista Keynes. Rusia siempre ha tenido una voluntad autocrática, zares, comunistas o Putin, creo que eso no tiene remedio. Los gobiernos occidentales deberían volver a temerlos, volver a la guerra fría, porque en caso contrario, nos vamos a pasar al bando ruso, a espiar para ellos. El vuelo de dos bombarderos rusos desde Noruega hasta Bilbao, es toda una esperanza. A lo mejor así recuperamos una sanidad y una educación dignas, unas pensiones garantizadas, una ayuda a los dependientes, un control férreo de los mercados financieros especulativos sin nombre. Nostalgia de la guerra fría, de las buenas novelas de espías de le Carré, de los dobles agentes, del miedo a los rojos: vivíamos bastante mejor porque los poderosos del Poder tenían mucho miedo. Sus poltronas peligraban por la amenaza de un misil soviético. Putin, ¿por qué no te vuelves comunista?

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