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"Salpicó d'anguiles"

De pequeño, los Reyes Magos me regalaron un jazz band. Así se llamaba entonces a un instrumento rítmico inventado por los negros de EE UU: la batería. Como ya es bien sabido, yo quería ser, de mayor, batería de jazz, y negro. Los negros han sido y son los mejores, con la excepción de Shelly Manne o Buddy Rich. Sigo sin ser batería de jazz y tampoco negro.

A otros, los Reyes Magos les dejaban en el balcón soldaditos de plomo. Eran niños con afanes belicistas o fascinados por los uniformes. La mayoría hubo de contentarse vistiendo el uniforme caqui, obligatoriamente, en la mili. Los de más allá aspiraban a ser actores, directores y autores teatrales. No les pedían nada a los Reyes Magos. Simplemente se travestían en las fiestas del colegio, participaban en obritas de fin de curso (El divino impaciente, de don José María Pemán) o actuaban en la falla de su barrio interpretando sainetes valencianos, del poble: ¡Si yo fora ric?!, Nelo Bacora, Cacaus i tramussos o Salpicó d´anguiles, escritos por Josep Peris Celda.

Actualmente hay escuelitas de teatro, series de televisión, spots para anunciar hipotecas o aeróbic, que se confunde con la danza y el ballet. Aquí se forman quienes desean ganarse la vida y además ser artistas. En este sentido, L´alqueria blanca es un glorioso resumen de la cultura valenciana, o sea, del poble, de Compromís y el Equo de Julià Àlvaro. Equo suena a hípica, al antiguo hipódromo de Lasarte o de la Zarzuela. Equus/equi, en latín.

Con el advenimiento del tripartito, todo el mundo quiere ser artista (recuérdese la canción de Concha Velasco: «Mamá, quiero ser artista») o recibir lo que le negó el endemoniado PP. Los diversos artistas, o en proyecto, no acaban de entender que hay demasiados talentos para tan poco mercado. Consecuentemente, o la Administración emprende una campaña para incentivar la demanda de Al Pacinos autóctonos o los apunta a todos a una versión posmoderna de L´alqueria blanca, en la que Mónica Oltra saldría como guest star. No encuentro otra solución que contente a las partes en conflicto.

Por otra parte, quienes fueron iconos del valencianismo en los años setenta, exigen sus derechos por haber sido tan pioneros como Jim Bridges en el Far West. El virgo de Visanteta, película de 1978, nos acecha de nuevo. ¿O acaso no es obligación del gobierno autonómico y los ayuntamientos de les comarques subvencionar los anhelos creativos de tantos compatriotas, y con mayor motivo si hablan el valenciano, al margen de que su capacidad artística sea mayor o menor? O nula.

Es humano que todos los valencianos (y valencianas) que quieren vivir del teatro, vivan del teatro. O del audiovisual, o del jazz, o de tocar el bombo, o de montar instalaciones con chatarra de Desguaces Malvarrosa „patrocinadora de un programa de fútbol de Julio Insa„ pero no hay dinero para todos, ni espectadores, ni fechas en el calendario. Sobra talento, es cierto. Hay demasiados artistas regionales y pocos falleros.

Entonces, ¿qué hacer? ¿Por qué organizar protestas de visibilidad, ir por ahí con narices de payasos del teatro-circo Cirujeda (ya quisieran) o quejarse porque las administraciones no sueltan la mosca que quisieran? Véase el éxito de El capitán Trueno, financiada en gran parte por la Generalitat en los tiempos del PP. Hay quien le extrae el zumo al PP, al PSPV o a Compromís, según le convenga. Entren, si quieren, en Google y pongan la palabra «cáspita». Y me muerdo la lengua, siguiendo un viejo consejo de Ferran Belda.

La solución está, a mi parecer, en que los más autocríticos renuncien a sus sueños artísticos, y que busquen otro trabajo. Aunque los políticos del tripartito ya han extendido sobre ellos su manto protector: el rimbombante Teatre del Poble Valencià. Nada menos.

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