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No somos rehenes

Lo importante, incluido el descubrimiento del sexo, se hace en completa soledad, pero la compañía se agradece. La globalización ha causado un rompimiento general de las almas: una línea de fractura que atraviesa continentes y personas, envenena los sueños y los mares (el sueño es la resaca oceánica de la mente) y disuelve en la anomia las creaciones de civilidad. No, el evento no es lo mismo. Las Olimpiadas, tampoco: no hace falta drogarse tanto. No hay casi nada, de menos de cien años, que merezca respeto. Mientras, continua la tabarra, lesiva, disoluta, de la competencia creciente, la movilidad y demás formas de desarraigo.

Por mucho que digan, no es normal que se les pida a los trabajadores americanos que voten a la candidata „Hillary Clinton„ que apoyan Wall Street, el Financial Times y Georges Soros. Y las agencias de calificación que falsearon las cuentas públicas del Gobierno griego (cuando era de derechas) y avalaron los préstamos hipotecarios a insolventes. Tampoco dudarían en sostener, si se lo pagan, que el Valencia CF vive una situación boyante: no hay nada que puedan compartir los oscuros oficiantes de las finanzas y la gente común y las coincidencias políticas se producen por los motivos opuestos. Aunque a los Clinton les haya ido de maravilla: acumulan un patrimonio de 30 millones de euros y su Fundación tiene mucha pasta para presumir de filantropía.

Las libertades individuales apenas pueden encubrir que la persona sólo es un grumo, algo agrandado, en el punto de cruce de varias líneas sociales y biológicas. Y la comunidad, a poco que conserve un resto de sentido, desea permanecer por encima de todo eso. Y es normal. Las nacionalidades pedirán la independencia para abrirse un futuro manejable, los mineros del carbón se inclinarán por Donald Trump y las ruinas industriales de Francia encumbrarán a Marine le Pen y se restablecerán fronteras y aranceles, porque lo que no se protege, no se ama. Una parte de ese proceso será indeciblemente repulsiva, pero tendrá una gracia indiscutible: hacernos sentir que no somos rehenes de nadie.

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