De los grandes partidos políticos no nacionalistas con representación parlamentaria en los tiempos de la transición solo queda el PSOE, todos los demás han desaparecido o fueron refundados bajo otras siglas. Con sus 137 años de historia desde su fundación por el marxista Pablo Iglesias, se podría decir que es un superviviente. Pero esta longevidad ha sido posible gracias a un profundo proceso de adaptación a las circunstancias de cada momento histórico. En síntesis, la transformación adaptativa se inicia en 1979, año en el que, al segundo intento, Felipe González logra abandonar las raíces marxistas fundacionales, iniciado el giro hacia la socialdemocracia.

A través de los diferentes periodos de gobierno, el PSOE ha ido ocupando el centro del espectro político de España, aceptando el liberalismo económico „identificado hasta la crisis de 2008 con la idea de progreso„ y manteniendo su sesgo diferencial en cuestiones sociales, culturales y de igualdad, principalmente. Manteniendo un talante institucional tanto en las etapas de gobierno como de oposición, en el marco del bipartidismo deseado por los dos grandes partidos. Pero todo esto se hace añicos a partir de la crisis financiera, en la que el PSOE tiene una clara responsabilidad, tanto por no haber podido controlar el capitalismo neoliberal, como por no haber reaccionado a tiempo.

En esta nueva tesitura, el máximo temor del PSOE centrista es que no le crezcan los enanos en el vasto territorio que ha ido dejando a su izquierda. Evidentemente su perfil institucional acomodado no resultaba creíble para la nueva política renovadora que exigían las protestas del 15M. Este fue el caldo de cultivo para el rápido auge inicial de Podemos. Ante el desafío por la izquierda, la opción del PSOE fue escenificar una renovación, principalmente formal: un líder joven, más presentable que Pablo Iglesias, y que insistiera en el perfil izquierdista del PSOE como principal alternativa de la derecha. A partir de ahí el caso Pedro Sánchez es de libro: surgido de la nada, va poco a poco reafirmándose frente a sus barones „y la baronesa„ que le apoyaron, y decide anclarse en el «no es no», cuando en realidad el aparato siempre prefirió ser el principal partido de la oposición que acercarse a Podemos o a los nacionalistas en cualquier pacto de gobierno. La corrupción del PP sería en este caso un mal menor.

Pocas bazas le quedan ahora al PSOE para ilusionar a sus bases. Una abstención permitiendo gobernar a Mariano Rajoy, será la confirmación de su impotencia como alternativa de gobierno. Y el declive político seguirá probablemente su avance. Pero no irán a unas terceras elecciones, que confirmarían la sangría de votos que ellos mismos han ido sembrando.