Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Gump y Pi

He vuelto a ver Forrest Gump. Y La vida de Pi, el mismo día: eso es exponerse a la espiritualidad. Hace muchos años, una lectora se enfadó porque dije que la historia que protagoniza Tom Hanks me parecía un intento de retorcer el sentido de la historia reciente de EE UU y disolverla en una especie de apología de la familia. Quiero pedirle perdón, tanto si lee esto como si no. La película es eso y más cosas. Las secuencias de las carreras sin objeto me siguen pareciendo buenas. Lo mismo que el desconcierto de sus seguidores cuando se quedan sin mesías. Las caricaturas de los políticos, los militares y hasta los héroes de guerra, no son menos recias que las dedicadas a los hippies y los Panteras Negras.

Que luego Hollywood se rebozara de parabienes y complacencias y un alud de premios forma parte de la suave oligofrenia de las celebraciones sociales y patrióticas. Eso no cambia algo que me pareció, desde aquel día de sesión doble, evidente: Forrest Gump y La vida de Pi hablan de lo mismo, también de la familia, de la incierta suerte del origen y de la familia que uno mismo se forja azarosamente, como las pajaritas, con briznas de por aquí y una pelotita de lana por allá. El azar y la necesidad (de sentido). Que Ang Lee sea un talento muy superior al de Zemeckis, es secundario en este caso: por suerte, no sé si para ustedes, relatamos y tenemos visiones y Dios puede que sea ese gandul al que hay que poner en marcha con un cuepero, desde luego, para mi, esto no es una sección de crítica de cine.

Hay un momento en que el indio adulto que fue Pi, el muchacho superviviente del naufragio, el ardiente buscador de trascendencia, admite que la historia que cuenta es inverosímil y, entonces, cuenta otra mucho más feroz (aunque sin tigre) y le da a elegir al narrador que arma la historia. El narrador elige, por instinto, la versión mejor, sin importarle las pegas, y el indio (desterrado), le suelta: «Eso es Dios». Si Dios es la mejor historia, eso afecta no solo al oficio de juntar palabras para referir eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, sino a cualquiera. Todos relatamos, tenemos visiones, y Dios puede que sólo sea ese gandul al que hay que poner en marcha con un cuento que le atrape.

Compartir el artículo

stats