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Conexión, llega la pizza

Hace unos días, en Late Motiv, el programa nocturno de Andréu Buenafuente en #0, el canal de Movistar, parodió con el estilete del más fino humor, ese que retrata hasta las amígdalas del retratado, a Antonio García Ferreras, El Pe-rio-dis-ta. No es la primera vez que hablamos en estas piezas de este hombre, de sus maneras, de su forma de hacer televisión. La cosa del mosqueo empezó poco a poco, como si te dan un repullo pero te olvidas de él al momento. Como si una vez sientes que a Ferreras se le ha ido la pinza pero no le das importancia porque lo consideras un hombre incapaz de usar técnicas que un buen periodista sería incapaz de tontear con ellas. Pero de pronto, otro día, descubres que tu cabeza de espectador alerta ha ido acumulando datos y en un momento, así, como sin darte cuenta, te los pone delante y el castillo empieza si no a tambalearse sí al menos a ver que puede ser tan hermoso y potente, y raro y sugestivo como los levantados por los imagineros de Juego de tronos, que son de cartón piedra o puro efecto digital, bella artillería visual creada para embobar, para que tu cabeza no pueda distinguir la realidad de la ficción. Vamos, para que te tragues la bola. El imitador de Ferreras en Late Motiv hizo un despiadado retrato del periodista, eso sí, con kilos de jiji jaja. Pero clavándosela hasta el corvejón. Es que llevo 10 minutos sin salir en televisión, le dijo a Buenafuente irrumpiendo al principio del programa, y en algún sitio tengo que salir. El imitador es Raúl Pérez, que le ha mojado la oreja a Carlos Latre, dedicado ahora a sus jurados y otras bagatelas. El imitador de Ferreras cuajó tan bien el retrato, y hasta uno sentía que podía sustituir al original sin que el campamento del periodismo se viniera abajo, que haciendo referencia al incesante movimiento de manos y posturitas de Ferreras dijo que «genero energía eólica». Tronchante. Recuperen el vídeo. Me lo agradecerán.

El dramático posturitas. Creo haber escrito aquí, viendo lo visto, que el de Ferreras es un periodismo de gestos, los suyos, y que por más que diga que lleva el periodismo en la sangre, y que Al rojo vivo es periodismo en estado puro „imposible si a mil kilómetros a la redonda está un tipo como Eduardo Inda, y el tipo está a su lado, o lo mete en el plató vía conexión„, el periodismo se resiente cuando un día y otro sigues el programa y descubres el truco, la entretela, el método. Antonio García Ferreras me dejó helado, literal, cuando lo vi por las calles de París entrando en directo, con gorro de homeless, de sin techo con micro en la mano, con su terna verde de reportero de guerra, narrando la situación después de los atentados terroristas que dejaron 137 muertos y centenares de heridos. Lo vi en La Sexta Noche. En un principio era estar donde había que estar, contar la actualidad, y hacerlo nada menos que el director de la cadena como un reportero más, pero aquello se iba convirtiendo en un no me lo puedo creer, no es verdad lo que estoy viendo, ese no es Ferreras, no puede ser Ferreras porque el tipo que estoy viendo hace de la desgracia una pieza sensacionalista, vacía de información, una crónica patética, repetitiva y amarilla, hablando de flores y velitas en un tono tan dramático e intenso que ni la peor Nieves Herrero. No, no, me dije, no puede ser. Me gustaría saber, de verdad, lo que pensó Iñaki López mientras recibía la crónica en el plató del programa. ¿Un fallo, un día malo, un hombre que se ha dejado llevar por la emoción del lugar y ha convertido la crónica en una burda exhibición de imágenes y comentarios banales, sin hueso, carentes de interés? No, mi amol. En cuanto se descuida, a Antonio García Ferreras, el que saca energía eólica de sus movimientos de manos, el posturitas, el que se detiene mirando a cámara en poses que recuerdan a las folclóricas más postineras, se le va la pinza y te monta un número que dura casi 24 horas estirando la noticia o convirtiendo en notición lo que no es más que anécdota.

¿Todo es malo. Múltiples conexiones, detención en seco del tertuliano para dar paso a cualquier nadería, que no decaiga cueste lo que cueste, como aquel audio grabado al terminar en Cuatro una entrevista que le hacía Iñaki Gabilondo a Zapatero para las elecciones de 2008 en la que, al final de la emisión, pero con lo micros abiertos, el presidente decía que «voy a tratar de dramatizar para crear tensión porque eso nos conviene». Pues igual. Ferreras es un maestro de la tensión, del periodismo dramatizado, de elevar a un Everest forzado el sumario de Al rojo vivo „nombre nada casual„. A veces va tan drogado de pe-rio-dis-mo que, como pasó el viernes pasado conectando con el plató de al lado, donde estaba Pastor, la presentadora de El objetivo le hizo ver que no era de noche „buenas noches, Pastor, dijo Ferreras„ sino de día, asegurando que así va siempre, sin saber en qué tiempo vive. Es normal. Ferreras lleva sobre sus hombros mucha carga. No es poca la de hacer del periodismo su razón de ser y vivirlo con una intensidad que a veces deviene en parodia. Su sentido del ritmo en la tertulia no da tiempo a la reflexión „corta sin piedad a sus colaboradores con una nueva conexión en directo„, sino a una forma de guirigay muy elaborado que, además, exige de la audiencia una capacidad asombrosa para pasar en segundos del «tema Valencia» que trata Juan Nieto al politólogo Jorge Verstrynge, que dice que el PSOE cambió la coleta por la barba de Rajoy, y de ahí, a la siempre inteligente e irónica Cristina Pardo, que mete una cuña sobre Esperanza Aguirre, pero un momento, un momento, corta en seco Ferreras, atención, atención, conectamos, importantísimo, vean cómo llega el de la pizza a Ferraz. ¿Todo es malo? No, eso es lo bueno, que Ferreras es bueno.

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