Somos testigos mudos de una realidad que nos habla a gritos: el acoso escolar está ahí desde hace tiempo. Y vino para quedarse. Leemos numerosos titulares que recogen un notable aumento de los casos de acoso escolar en España, lo cual no es del todo cierto. No es que haya aumentado el número de casos necesariamente, sino que lo ha hecho el número de denuncias. Me explico: en toda tasa de criminalidad existe lo que los criminólogos denominamos cifra negra, que no es otra cosa que un número un tanto difuso e indeterminado de delitos que no se han denunciado, por lo que no se conocen y por tanto no pueden formar parte de las estadísticas.

Tecnicismos aparte, es evidente que hay algo que no estamos haciendo bien. Aquí es donde entra en juego la figura del criminólogo (que no CSI): ese profesional especialmente cualificado sobre asuntos tan importantes como el delito, el infractor, la víctima, el control social, la predicción y prevención de la conducta violenta, de la reincidencia, del bullying, y un largo etcétera. Tanto el grado como la figura del criminólogo son relativamente nuevos, pero la labor que desempeñamos no. Y esto es así en tanto en cuanto que las labores para las que el criminólogo está especialmente capacitado han venido siendo desarrolladas por otros profesionales como son los psicólogos o los trabajadores sociales. Pero en 2016 ya es suficiente. Existimos, estamos aquí para hacer nuestro trabajo y cumplir con la esencia de la criminología: la prevención. Porque un problema como el acoso escolar precisa de una intervención previa a su aparición.

Por ello resulta de especial interés la figura del criminólogo en todos los ámbitos de la vida diaria, desde en los ayuntamientos hasta las prisiones, teniendo en especial consideración los colegios. Y es en este contexto educacional donde el criminólogo debe ponerse (si le dejan, claro está) manos a la obra. El criminólogo estudia las variables de predicción de este tipo de conductas de acoso, y actúa sobre dichas bases para prevenir la aparición de futuras conductas hostiles entre los niños. Estará muy atento a las bajadas de rendimiento académico de los alumnos, al absentismo escolar, al nivel de estrés de los alumnos, a las malas conductas y sus castigos€ en definitiva: focalizará su atención en los alumnos.

A nadie se le escapa que de este modo, el criminólogo resulta una opción muy útil a la hora de prevenir la aparición de dichos comportamientos. Por supuesto, no es sino un complemento a la acción de los psicólogos y tutores, pero un plus realmente útil. A estas alturas, el lector se preguntará: y si tan útiles resultan, ¿por qué no hay un criminólogo en el colegio de mi hijo? Es más, ¿por qué no hay un criminólogo en todos y cada uno de los colegios? La respuesta es breve y concisa a la par que amarga: somos algo nuevo en España, y nuestro trabajo ya lo hacen otros profesionales, porque así era precisó en su momento, antes de que nosotros llegáramos. Pero ya estamos aquí.

Señoras y señores directores de escuelas e institutos y responsables de personal: incorporen un criminólogo a su plantilla. Háganlo. No sólo para que podamos realizar una de las funciones para las que nos hemos preparado durante años, sino también por los niños y su futuro, por ahorrar disgustos, por mejorar la calidad del ambiente en el que se educan sus hijos. Por todos: háganlo.