No sé quién redacta la sección La paraula del dia que aparece en la tercera de este periódico, pero me tiene enganchado: la palabra justa, la proposición ajustada, un poco de etimología, algo de sociolingüística y un pellizco de oportunidad y ejemplos. Así, el otro día explicaba la palabra merder, esa palabra que utilizamos para referirnos a «una situación en la que reina el desorden y la confusión». El mismo día, pero en la página cinco, Agustín Zaragozá bajaba de lo abstracto a lo concreto y arremetía contra el merder en el que se encuentra entre nosotros la filosofía en general y los valores éticos en particular, los dos huevos duros de Groucho Marx, esos que por ciencia infusa puede impartir cualquiera en edad de merecer y que necesite completar las horas lectivas. Además, el periódico viene informando a lo largo de la semana del merder de la Lomce y la reválida y, muy en concreto, de esa tierra de nadie en la que por la estupidez de algunos y la dejadez de otros se encuentran la filosofía y los alumnos de Bachillerato. No voy a repetir lo que ya han dicho Zaragozá y Rafel Montaner, pero la Consellería d´Educació merece una crítica: justifica su inacción (y los problemas sin fácil solución que plantea) en la esperanza de que otros hicieran algo que no hicieron: el pasado diciembre, un futuro gobierno abortado debió abolir la Lomce. Pero no sucedió. Y si ya es jodido esperar que las cosas se resuelvan solas o por la acción de otros, más jodido es que los otros que no funcionan lo estén en funciones y pertenezcan a la parte contratante y no a la contratada. Un merder, vamos.

Viva Bob Dylan. Dario Fo ha muerto.

Si se supone que la «identidad» es algo que tenemos «dentro» (signifique lo que signifique identidad y, en este contexto, dentro), deberíamos concluir con Hume que cada vez que entramos en nosotros mismos para buscárnosla, no nos la encontramos. Pero admitamos aun así que sea algo. En ese caso, sería un algo que se construye por adición: ahora me identifico con esto y luego con lo otro o lo de más allá. Hay gente, sin embargo, que la construye por sustracción; es más, por sustracción la recupera dándola por dada, porque al no encontrársela piensan que la perdieron. Eso es lo que les pasa a algunos vecinos del Canyamelar, que para «recuperar su identidad propia» tienen que desembarazarse de las identidades ajenas del Cabanyal, tan diferentes a ellos como lo fueron Pili y Mili. La tolerancia es algo bastante ligero, así que nada que objetar. Cada uno es muy libre de buscarse el Santo Grial de la Identidad si la cosa le llena: recuerden a los que gritaban «som valencians» en la procesión del 9 d´Octubre ante el estupor de los que efectivamente lo somos. Pero les advierto que el divide y encontrarás, esa mitosis identitaria, empieza dividiendo a los del Cabanyal de los del Canyamelar y puede llevarles a separar a los del Canya de los del Melar. Y, quizá, así, sucesivamente.