Los alumnos de Bachillerato están viéndose sometidos a inclemencias mil. La puesta en vigor de la nueva ley de educación está resultando una verdadera caja de sorpresas. Todo parece acontecer en el día a día como si nada fuera con esos alumnos. Y, claro está, no es así. ¡A los estudiantes hasta les preocupa ser examinados del programa de Filosofía! ¿Es extraño, verdad?

Hace tiempo que me he juramentado para no decir ni una sola palabra sobre la eliminación de la filosofía del plan de estudios. Pero para ignominia de este fin de ciclo se ha presentado una organización académica en la que es posible ser examinado de algo que no ha figurado en el plan de estudios de ese alumno, pero para lo que el conseller de Educación ofrecerá «refuerzos». ¿Qué explicación dar de esta situación? ¿Hasta dónde y hasta cuándo se puede prolongar esta situación?

Parece ser que el conseller ya había contabilizado la caída de un gobierno, la llegada de otro, la desaparición de la ley vigente, etcétera. En consecuencia, se podía aliviar la organización académica en la que era preciso contar con la enseñanza de la filosofía. ¿Por qué no quise dar crédito a este hecho y explicación cuando leía la nota de Rafel Montaner en Levante-EMV? ¿Por qué he requerido de antiguos alumnos o compañeros la acreditación de lo dicho por Montaner? Por una sencilla razón: no me cabía en la cabeza que un conseller, símbolo en política de la racionalidad ilustrada, hiciera depender de su ocurrencia y de su bola de cristal la organización académica. Lo que se ha puesto de relieve es que nuestro conseller de Educación no ha comprendido la diferencia entre ser súbdito de la ley y ser súbdito de sus ocurrencias. Lo primero es necesario, aunque el señor conseller no lo asuma; lo segundo debe combatirse, aunque sólo sea para evitar consecuencias de difícil reparación asociadas a un legislar siguiendo el vano criterio de consultar la bola de cristal.

¿Quién nos defiende de tan ocurrente y arbitrario proceder? Cabe una doble respuesta: el presidente de nuestro Gobierno nos puede defender de este atrabiliario proceder mediante un cese del conseller, quien también podría adoptar un gesto: presentar su dimisión. Siento que la materia de filosofía solo haya servido para esto en el actual gabinete. Y sólo me queda una pregunta: ¿cómo una persona como Miquel Soler, testigo de tantas reformas, ha fiado a la caída de un gobierno y a la derogación de una ley la organización académica de un curso en el correspondiente decreto?

No quiero analizar las consecuencias para los alumnos de tan arbitrario proceder; las tiene y son relevantes. Lo dicho, cuando un gobernante actúa siguiendo el dictado de su bola de cristal, debe abandonar la responsabilidad de gobierno.