Un chaval en patinete chocó a la vuelta de una esquina conmigo. Se disculpó y siguió su camino, con los auriculares puestos, parloteando por el móvil y deslizándose con su patín a un tiempo. Menos mal que el chico iba a una velocidad lenta y solo quedó un moretón en mi rodilla. La vida moderna. Cogí el autobús de siempre y me entero por el conductor que en el ayuntamiento han organizado un estilo llamado lanzadera para el transporte municipal para que los usuarios utilicen trasbordo sí o sí. Me informa con amabilidad, mientras la gente va hablando por el móvil a voz en grito o wasapeando indiferente al paisaje urbano. «All the time are changing», que escribiera Bob Dylan, premio Nobel de Literatura. Observo sonrisas plácidas en mujeres y hombres que han pasado la sesentena. Ellos no suelen pegarse al plasma. Me irrita, confieso, sentarme en una terraza y ver a una pareja o a dos amigas más pendientes del móvil y de su WhatsApp, de un juego virtual, que de disfrutar de la compañía mutua, de una charla mirándose, incluso de los silencios, que tanto incomodan. Me sorprende que una de las noticias más leídas en este periódico sea la de una conductora que ha arrollado a dos críos con un todoterreno en la calle de Cirilo Amorós centrada en su conversación por el móvil. Se bajó, le dio los datos a un transeúnte y se largó. ¿Tan urgente es usar este aparato en el coche? ¿Se distingue la cara y la cruz de la tecnología? Una lacra, en serio, porque no solo hablan, sino que chatean en el coche. Una revolución acojonante, oigan.

Ni les cuento lo de las redes sociales donde se tejen relaciones inconsistentes. Insustancial época esta, de vacío existencial, de personajes deprimentes e insatisfechos. Tantas veces recuerdo al hastiado periodista (actor: Toni Servillo) de La gran belleza (director: Paolo Sorrentino) amparado en su cinismo pero no exento de sinceridad cuando le espeta a una preciosa jovencita: «Uno, a estas edades, no está para tonterías de amigos por la red». Y aquí, a una servidora, le seguirá repugnando el frenesí, la impulsividad por respuestas inmediatas, de darle al me gusta o no me gusta, de no escuchar a quienes nos importan... de olvidarnos de saborear la vida.