El próximo 4 de noviembre de 2016 entra en vigor el Acuerdo de París, que se firmó hace poco más de un año en la Reunión de las Partes sobre Cambio Climático celebrada en la capital europea. Se abría entonces un camino de esperanza en la lucha contra el cambio climático, al conseguirse un acuerdo de mínimos que establecía un objetivo claro: que la temperatura media del planeta no suba por encima de los 2 ºC en 2100, y si es posible, que sólo ascienda 1,5 ºC.

El Acuerdo de París estableció dos condiciones necesarias para su cumplimiento: que fuese firmado por 50 países y que estos representasen, al menos, el 50 % de las emisiones de gases de efecto invernadero. Y esto se ha conseguido a comienzos de octubre de 2016. Ha sido clave la ratificación de este acuerdo por parte de EE UU y China y, por supuesto, por los países de la Unión Europea y Japón.

A partir de ahora las incertidumbres. ¿Elaborarán los países firmantes planes realistas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero? ¿Se llevará a cabo un seguimiento y control efectivo de su cumplimiento? ¿Se habrá llegado a tiempo para controlar el forzamiento radiactivo que están causando los gases de efecto invernadero en el balance energético de nuestro sistema climático? Son cuestiones que encontrarán respuesta en los próximos años. La continua mejora en el conocimiento del clima terrestre, pasado, presente y futuro, y la transmisión a la sociedad, con rigor y claridad, de los avances que se vayan produciendo, serán la mejor contribución que la climatología geográfica puede aportar a la lucha contra el cambio climático, como actitud responsable y ética ante un problema ambiental de enorme repercusión social.