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Martí

Hablar con los dedos

El cadáver momificado de la mujer de Llíria encontrado después de casi cinco meses sin señales de vida remarca la soledad de la sociedad digital, fantástica para tener miles de amigos virtuales, pero a los que les da igual que te mueras, porque pasan de ir al velatorio.

Hace poco vi entrar a un exdirectivo del Valencia CF en un céntrico salón de apuestas. Al día siguiente a un excompañero de instituto recogiendo colillas alrededor del mercado del Cabanyal. El antiguo dirigente blanquinegro

„llegó a presidir algún partido„ era un tipo razonable, humildemente rico y de hábil tertulia. Al colega de Bachillerato se le intuía el futuro. Ve a saber si incluso ahora coinciden en algún espacio común. La ciudad de los prodigios esconde muchas historias por contar, porque la vida discurre al margen de la grandilocuente agenda mediática, cada vez más intensa, pero menos atrayente. La cruda realidad es esa mujer hallada momificada en Llíria después de casi cinco meses sin respirar, gracias a un desahucio, una palabra sutilmente desterrada que reaparece con un vigor macabro. ¿Quién está más de veinte semanas muerto sin que nadie se entere? Incluso sin familiares próximos o ajenos, la cotidianidad te lleva a relacionarte con vecinos, comerciantes o repartidores de butano. Sin embargo, la alarma saltó cuando dejó de pagar el alquiler.

Vendrán más casos igual, pues avanzamos hacia una sociedad individual, donde prima más la relación con los objetos digitales que con las personas. Ya hablamos más con los dedos que con la lengua. Los adolescentes, por ejemplo, prestan más atención a sus padres cuando los consejos los reciben vía wasap. Igual también existe una aplicación que avisa cuando te llama la parca; pero el casero, el banco y Hacienda son más efectivos, como se sabe. Vamos tan rápido hacia la autocomplacencia que resulta inconcebible impedir las asociaciones familiares libres. Es más, los grandes defensores del matrimonio, como la Iglesia, deberían ponerse en primera línea para defender a esas mujeres de Dénia a las que un juez deniega inscribir un bebé por no acreditar cómo fue concebido. Las catequistas nos enseñaban de pequeños que lo importante era el amor, pero eso también es muy antiguo.

Los asuntos de Dénia y Llíria son la victoria de los administradores judiciales, una figura que se extiende a todo el ámbito de lo público, donde ahí reciben el nombre de técnicos. Margen estrecho queda para el arte de los gobernantes, si además la gente anda en sus cosas globales. Absurda resulta la discusión sobre la apertura de los comercios en domingo, si la gran tienda de internet está abierta las 24 horas de todos los días del año. Mientras se negocia el acuerdo, se compran miles de pares de zapatillas hechas en Malasia. Solo queda vigilar el desfase entre el propósito y la enmienda.

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