Ocurre algo con las mujeres metidas en política, y las que están en la pomada lo saben. Hay un intento de fetichizarlas, como si su imagen valiera más que aquello que dicen, y lo que dicen, se fuera a enjuiciar más. La política es un mundo serio. Y hasta hace nada de hombres. Cuesta entrar. Podría resumir todo esto una cita de una escritora de literatura: «Nosotras somos las locas que tenemos que guardar las formas para que nos tomen en serio». Eso de entrada a los hombres no les pasa. En EE UU, el cuño de la primera mujer en la presidencia vende bien, ahora que tiene en frente a un machista; en Alemania, el puño de hierro de la canciller Merkel tiene peso y aquí, aquí nos dedicamos a cortar muy bien los trajes. Culpa de ello, y ahora me tiro piedras en mi tejado, la tenemos muchas veces los medios, que nos centramos más en la anécdota que en lo importante. Y así va, llevando al titular la gracia del día. Una prueba es el debate de mujeres en televisión de las elecciones generales (las primeras) como gran gesta del feminismo... y luego hicieron el de verdad. Con las tertulias del día siguiente analizando estilismos. Como si las medidas sociales de los programas de los partidos nos fueran en los zapatos.

Y a veces, la cosa es al revés. Y las que se fetichizan son ellas solas. Y así va. Y así nos va a las demás, que luego todo nos cuesta más. Un ejemplo es Carolina Punset. Qué flaco favor ha hecho. Ha abandonado la ejecutiva de Ciudadanos porque ya no identifica los valores progresistas del partido. Que ignoraba yo esa vertiente, por otro lado. Además, abomina de todo tipo de nacionalismo y se queja de que su partido no lo haya desarticulado ya. Pero, eso sí, al acta de eurodiputada que le otorgó esa coalición no le hace ascos. Al sueldo, tampoco. Y sigue militando. Se queda a medias. A falta de definición para su nueva identidad política, me quedo con la que cosía Ortifus en una de sus viñeta de esta casa la semana pasada, que anda entre «aldeana y lagarterana».

Las salidas de tiesto de Punset con las señas de identidad de la Comunitat Valenciana han puesto en un brete en más de una ocasión a su partido. La última ya le costó su acta de diputada en las Corts. Sobra decir que tildar al valenciano de «aldeano» o referirse a la Senyera como «trozo de tela» no es una anécdota, es insultar. Y protagonizar para mal el titular del día. Esta Comunitat le ha dado ese trozo de papel que la mantiene en Bruselas, donde le profesa tanto apego al cargo, qué menos que respetarla. Ya que ella no parece trabajar los afectos. Lo que no sé es qué hace aún en el Europarlamento o porqué su partido no le ha reclamado que devuelva su condición de ciudadana. Pero desde la primera salida de tono con una tierra a la que representa, pero que tampoco identifica. Aquí las listas no son abiertas, como sabrá. Y su última decepción de identidad debería acompañarla de coherencia hasta el final, si quiere ser creíble. Un apunte: su ignorancia al no querer entender la procesión cívica del 9 d´Octubre no le da derecho a faltar a nadie, más cuando cobra de aquí y aspiraba a presidir el Consell. Ya basta de hacer caja a costa de los valencianos con principios de verso suelto. Porque para rimas, mejor la poesía de la brasileña Ana Cristina César, una de las grandes voces líricas de los años setenta a la que estos días se le rinde homenaje en su tierra y quien decía que «la poesía no es más que un tipo de locura cualquiera». Ni pintado.