En anteriores artículos sobre el tema me apoyé en la definición del diccionario de María Moliner para populismo: «Doctrina política que pretende defender los intereses de la gente corriente, a veces demagógicamente». Acababa el último de ellos (Levante-EMV, 31/05/2016) afirmando que en este sentido todos los partidos son populistas, pues todos proclaman defender a la gente corriente, a las personas, suelen decir. La cuestión es tratar de diferenciar sinceridad de demagogia, franca defensa de oratoria hipócrita y ambigüedad medida.

Populismo definió, durante el siglo XIX, algunos movimientos regionales (en Estados Unidos y Rusia) en el sentido de «defensa de la gente corriente», pero en la segunda mitad del siglo XX ha prosperado un significado universal de connotaciones negativas. En el ámbito universitario, los intelectuales han hecho acopio de múltiples caracterizaciones del término populismo, intentando abarcar diversas dimensiones ideológicas y metodológicas. Veamos: es intelectualmente inadmisible que se use el mismo término populismo para calificar a Donald Trump y a Podemos, y aunque Izquierda Unida no ha sido blanco habitual, no hay ninguna duda de que lo hubiese sido caso de acercarse a ser opción de gobierno. Eso le ocurre a su partido homólogo Syriza „que gobierna en Grecia„ tildado de populista como el partido de corte neonazi Amanecer Dorado, con el que no tiene nada en común excepto ser griegos. Y regresando a Estados Unidos, algunos medios, como The Wall Street Journal, también advierten del tufo populista que exhala Hillary Clinton cuando se atreve a animar al Congreso a que tercie en la cuestión de la desigualdad de ingresos.

Se podrían llenar libros con ejemplos que, según diversos criterios, serían etiquetados como populismos. No obstante, la proliferación de definiciones y enfoques ha generado serias dudas de que el término conserve capacidad de denotar algún significado objetivo que permita apresar la realidad. En cualquier caso, el debate académico no llega al votante común que se ve conducido a regirse por su significado connotativo, negativo como dije arriba, y que es sugerido por su grafía y su sonido. Populismo desautoriza o demoniza cualquier fenómeno que se separe de la democracia liberal. Y aquí está el truco: al etiquetar un movimiento de populista, se le señala como una amenaza.

Ciertos partidos parecen autoproclamarse portadores exclusivos de las virtudes liberales; delimitan un perímetro, y con la misma palabra desaprueban todo lo que consideran fuera de lindes. Es un comportamiento tosco „aquello de elefante en cacharrería calza perfectamente aquí„ pero más grave, es irresponsable, frívolo como poco. Embarulla la realidad barajando verdaderas amenazas „como racismos o xenofobias„ con reivindicaciones propias de la arrinconada fraternidad republicana. Pero también camufla o protege importantes desafíos a la democracia que tienen origen en el interior del supuesto contorno virtuoso „entre ellas la certeza de que el poder real es económico, no sometido al debate y al control de las urnas, y ante el que los representantes electos parecen rendirse.

En España han vigilado el perímetro las cúpulas dirigentes de PP y PSOE, incorporándose recientemente la cúpula de C´s. Desde su abrigo desautorizan, por populistas, a las cúpulas de Unidos Podemos y de sus confluencias territoriales, presentándose a sí mismos al margen de la etiqueta. Sin embargo, cotejando sus prácticas con la variedad de caracterizaciones del populismo „retórica demagógica, simplificación del mensaje, apelación al miedo, demonización del adversario, teatralización mediática, marketing político, exaltación de la nación, patronazgo-clientelismo, corrupción€„ encontramos motivos para su inclusión. La validez del vocablo populismo para cribar la realidad aparece aún más desacreditada. Persiste su uso como arma para la descalificación.

Y cuando podríamos pensar haber arrojado algo de luz sobre el tema, los dirigentes nacionales de Podemos han venido a complicar el asunto „suscitando cierta perplejidad en el votante habituado a la negatividad del término„ al reconocer el populismo como un recurso político oportuno, aunque en un nuevo sentido desarrollado por el politólogo argentino Ernesto Laclau, quien habría causado menor trastorno eligiendo otro nombre para su innovación. Pero eso es otra historia.