Al socaire de la fascistada que sufrieron Felipe González y Juan Luis Cebrián en una universidad (y no hace demasiado tiempo de la que sufrió Rosa Díez participada por Pablo Iglesias) y al hilo, también, de la agresión a varios agentes de la Guardia Civil y sus parejas en Alsasua, y de la posterior e indecente «declaración institucional» firmada por partidos constitucionalistas como supuestamente lo es el PSOE, me surgen algunas reflexiones.

Ambos eventos, inconexos a priori, demuestran que nuestra democracia o no es lo sólida que algunos creíamos que era, o que se está deteriorando a pasos agigantados. Bravucones dispuestos a reventar actos en una universidad los va a haber siempre, para qué engañarnos, dado que es una manifestación política primitiva para la que no hace falta tener ni mucha educación, ni mucho criterio, ni mucha formación. Matasietes y camorristas que den una paliza a un agente de la autoridad también los va a haber, y por los mismos motivos por los que se puede reventar un debate: no hace falta tener muchas luces, aunque esto sí que exige una alta dosis de matonería.

El problema son las reacciones a las que estamos asistiendo. A la relativización de la violencia y la etiquetación de ésta como una nadería: si bien intolerantes en los márgenes de la democracia los hay y los habrá, hay que expulsar a los que en la centralidad de la democracia, los que están en las universidades y en las instituciones, piensan que estas cosas no son tan graves. Y con esto me refiero a que un diputado nacional, como lo es Pablo Iglesias, defienda (e incluso participe) en pendencias como la que impidió a hablar a dos personas en una universidad, haciendo bandera de la intolerancia.

Por si alguien no lo tiene claro, tolerancia no es estar de acuerdo con el que dice lo mismo que tú, cosa fácil; tolerancia es estar dispuesto a aceptar que haya gente que dice cosas con las que uno está en total desacuerdo (siempre que éstas no sean delito, obviamente) y que las pueda decir. También algunos miembros de Esquerra Republicana salieron al paso, diciendo que quizá «no era el mejor momento» para que Felipe González fuera a la universidad: es el «no es para tanto», con algo de maquillaje.

Lo mismo ocurre con la declaración institucional firmada en Alsasua en la que se condena la agresión a los guardias, pero al mismo tiempo rubrican que la presencia de la Guardia Civil no contribuye a un clima de convivencia. Otros opinadores profesionales y líderes de la paleo-izquierda se alinean con estas tesis: condenan la violencia pero es que claro, estaban allí€ Que se lo han buscado, vaya.

Ambas asonadas, tanto el escrache en una universidad como la paliza a los guardias ha hecho que personas que deberían defender la democracia contra estas actitudes, se pongan de perfil, o su alineamiento con los demócratas sea parcial. Un país donde en las tribunas se silencia a personas que tienen derecho a hablar y donde se golpea a quienes nos protegen (al menos hoy ya no se les asesina), necesita líderes que se opongan frontalmente y sin peros a estas actitudes, porque significa que nuestra democracia ni está tan consolidada ni está tan a salvo de aquellos fatídicos y no tan lejanos años 30 del siglo pasado.