España ya tiene su recién estrenado Día de las Escritoras. Mi estimada Rosa Regàs „dignísima representante de este gremio„ prefiere llamarlo «Día de la igualdad en la literatura», pues, a su juicio, el originario da la impresión de asociar a las mujeres con cierta «necesidad de ayuda». Me gustaría sumarme a esta causa como escritor, filósofo y feminista. Sexo y género son una construcción cultural, y aunque no sea parte afectada directamente, hago piña a tantas escritoras silenciadas. No tardarán en pronunciarse machos retrógrados, de esos que jamás mueven un dedo por la igualdad, si bien edulcoran su argumentario carpetovetónico en tanto que periclitó parte de esa patria profunda acorde a sus exiguas y retorcidas neuronas.

Ya saben que otorgaron el premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, distinción que requiere reconsiderar el sufrido término «literatura». Por mucho que les pese a algunos fanáticos, se abre la veda para concederlo también a José Luis Perales o Camilo Sesto, pero este hueso ya cuenta con muchos perros. Mi decepción con los Nobel va por otro camino. Desde su creación en 1901, sólo 14 mujeres recibieron el Nobel de Literatura. Así que, o bien las mujeres escriben fatal „cosa harto improbable„ o, como sospecho, enmudecen sus infinitos talentos literarios considerándolas escritoras de baja estofa. ¿Cuántas novelistas, literatas y ensayistas conoce nuestro alumnado de la ESO y Bachillerato? ¿Acceden a obras escritas por mujeres? ¿Qué valor y protagonismo les conceden en el aula el profesorado de Lengua y Literatura? Cuestiones necesarias, sólo aptas en espacios igualitarios en donde se rompa la opresión y el machismo imperante en ámbitos como el literario.

La excepción pone a prueba la regla. Suelo nutrirme de obras escritas por mujeres, garantía de aprendizaje y disfrute intenso, gesto justiciero con ese género femenino oprimido, ninguneado, violentado. Históricamente acallaron sus discursos, iniquidad vigente en los medios de comunicación, la educación, la política, la filosofía... Salvo honrosas y puntuales excepciones, la altura moral, emocional e intelectual de las profesoras no tiene parangón con la de los profesores. Ellas siempre han arriesgado más y eso se nota en el aula. Los hombres abusan como parte privilegiada del contrato sexual favorecedor, siendo conformistas y grisáceos. ¡Debo tanto a tantas profesoras! Nunca olvidaré el activismo literario de mi amiga Pilar Pardo, todavía en las aulas del IES Ramón Muntaner de Xirivella. Con ella „de nuevo ese mágico «ellas»„ aprendí a sumergirme en la magia de Ana María Matute, Carmen Alborch, Isabel Allende, Carmen Martín Gaite, Rosa Montero, Rosa Regàs... ¡Vivan las escritoras!