Que la vida está llena de paradojas, dilemas y frases hechas como sonajeros vacíos no lo hemos descubierto hoy. Ahora, por ejemplo, nos hablan de las dos almas que pululan en el PSOE o de las dos almas que habitan en el PPCV e, incluso, la Iglesia pontifica que la incineración «no toca al alma», aunque sí pueda achichararse en el fuego eterno que, como fuego metafísico, tiene mejor combustión. Lo cierto es que estos cuerpos desalmados se comportan como máquinas cartesianas: ciegas. También ahora, que estamos de vendimia parlamentaria, nos hablan del «bien del país», del «interés común» y el «bien de España», y bajo esa entelequia algunos se enfrentan a la paradoja de abstenerse o de votar por el bien del país a aquellos que, de existir semejante cosa del «bien general», son sus más declarados enemigos: lo atacan sin mala conciencia con sus políticas particulares.

Escuché «perpléjico» a Isabel Bonig opinar sobre Canal 9: primero la envenenan, después la matan y ahora, «de momento», no quieren resucitarla. ¡Vaya por Dios!, aunque Dios o no Dios, no sea esa la cuestión. También leí estupefacto a Pablo Casado expresando su decepción con la gestión del Consell de Ximo Puig. Parece, pues, que en el PP tenían puestas en él grandes esperanzas, puesto que sólo se decepciona quien espera. Por lo demás, hay que reconocerle al joven portavoz del PP tener el alma correosa del viejo politicastro, cuando es capaz de atribuirse como mérito justamente lo que todos los demás les afean como defecto: el Corredor del Mediterráneo y la «conclusión» del AVE. Concluía el portavoz: «Para nosotros la Comunitat Valenciana es una prioridad». Parece que para nosotros los valencianos ellos no lo son tanto. Y conste que hablo de los valencianos como quien habla del bien común: por hablar y combatir la perplejidad y la estupefacción.

Leyendo el otro día a Marta Torrado, con el alma en vilo, su artículo No nos haréis catalanes, me dije lo que apuntaba Millás: dan ganas de desmayarse para que vengan a hacerse cargo de uno.

Opino (¡y a mí qué me importa!) que los vendedores del Mercat Central se quejan demasiado.

Hay que ver las tremendas certezas que algunos tienen sobre cuestiones de las que nada sabemos. Así, para la Iglesia la muerte es como un crucigrama del que conocen la solución. Es por ello que el panteísmo, el naturalismo o el nihilismo son para la Iglesia un «malentendido», y la fusión con la naturaleza, la reencarnación o la simple desaparición de la persona, «conceptos erróneos de la muerte». ¿Cuál será el criterio de verdad y del buen entendimiento para confirmar la resurrección de la carne, la inmortalidad y los premios fin de carrera terrenal? Por supuesto: nada que opinar sobre las instrucciones y decisiones acerca de las cenizas de los difuntos que incumben y obligan a sus fieles.