El otro día leí una entrevista con uno de esos spin doctors, uno de esos que mangonea encuestas y redes sociales, un tal Daniel Pink, que le escribía los discursos a Al Gore, y dio un dato inquietante: 20 millones de dólares cuesta convertir a un fulano en senador (de EE UU) y eso que, a menudo, no responde mejor que un fontanero polaco, que sale mucho más barato. 20 millones de dólares son, al cambio, unos 3000 millones de las antiguas pesetas (ustedes perdonen que mis referencia continúen ancladas en la edad de los metales). Los inversores reclaman, lógicamente, el retorno de la inversión del que se ocupa el político en calidad de lobista y así comienza un gran amor.
El mangoneo en la trastienda de la política enrojecería de vergüenza a Lincoln y le haría tomar las armas a Jefferson. Sin duda. Y eso que aún no he hablado de los bancos y de su perfecta impunidad. Yo creía que la propaganda, con los medios digitales, se habría abaratado mucho, pero ha ocurrido lo contrario: hay que pagar a los medios de toda la vida y hay que trabajarse a las comunidades de maniáticos en red para halagarles con sus dos o tres temas obsesivos y llevarlos al atrapamoscas. Muy edificante no parece y por otra parte la ley acerca de los gastos electorales está llena de agujeros. Intencionados: para rebasar cualquier techo que se establezca.
También ocurrió lo mismo con toda la legislación anti monopolios: laminada por presidentes republicanos y demócratas ya no hay límites para la posesión de medios informativos. Y eso ocurre en el corazón del imperio y es que imperio y democracia no casan, y sin colonias peor aún: acaban por colonizar a sus propios ciudadanos (y a nosotros). Modo de producción asiático y el nivel de libertades que se corresponde: bajo cero. Al Gore fue víctima de un pucherazo de los Bush en Florida y se resignó casi encantado: tiene mucho dinero. Aquí ves el paisaje urbano de las bicis cargadas de cerrojos y cadenas, como si fueran un desafío a Houdini y comprendes que el partido más votado sea el PP.
