En el vestíbulo de la Estación del Norte de Valencia se han expuesto recientemente diversos Seat 850, y sin poder ni querer evitarlo, afloran recuerdos de infancia unidos al coche, a mis padres... Y es que en aquel vehículo cabía lo que hoy consideramos una familia numerosa, y sus 37 caballos nos transportaban durante horas de carretera, muchas veces al pueblo, donde algunos aún pudimos contemplar el esfuerzo conjunto del hombre y la bestia.

Tiempos evocados de la niñez donde la memoria no guarda un orden. Emergen imágenes que sin saberlo te impactaron siendo niño. Entra ellas, la de una bombilla encendida gran parte de la noche mientras mis hermanos y yo entrábamos en el mundo de Morfeo. La necesitaba mi padre, que dedicaba horas de su sueño al pluriempleo, como tantos otros padres entonces, y mi madre, que compaginaba las labores de crianza con otras que fueron bautizadas en la década siguiente como economía sumergida.

Aquella época forjó, a base del sacrificio de nuestros mayores, lo que posteriormente sería la clase media valenciana, entendida dentro de un amplio espectro socioeconómico que se inició con aquellos 850 y que más tarde afianzarían sus descendientes, unos a través de estudios para alcanzar profesiones liberales, otros comenzando su vida laboral a los 14 años.

La crisis actual ha tambaleado los cimientos de la clase media, incluso en casos arrastrándola a la pobreza. Ya no se ven 850, el pluriempleo es pura ficción y los datos del paro del segundo trimestre de este año arrojan datos estremecedores: un 21 % que se dispara hasta el 47 % entre los menores de 25 años. Hoy, un 40 % de las familias no puede hacer frente a gastos imprevistos, y los jóvenes han perdido un 30 % de su renta. La politizada renta de inserción social llega al tres por mil en la Comunitat Valenciana, la mitad que en el resto de España. Un sistema de protección fuerte podría haber evitado sufrimiento a nuestra clase media y ahorrado también el triste honor de que nos cuelguen la medalla de bronce en incremento de la pobreza.

Recientemente vi publicada en Levante-EMV una foto que me llamó la atención. Era la del secretario autonómico de Empleo, Enric Nomdedéu, saliendo en patinete de la Estación del Norte donde estaba la exposición de aquellos viejos 850. En su trayecto sobre ruedas, deja a su espalda a una mendiga que, todas las mañanas, desde bien temprano, pide limosna a los que transitamos por esa misma puerta. Es la realidad que tenemos.