He tenido que verme en el doloroso trance de consolar a una amiga de la infancia por el vil asesinato de su hija, Vanessa. Y de nuevo, aunque esta vez tocándote más de cerca, te encuentras con la habitual retórica de que el tipo presuntamente maltrató durante largo tiempo a otras mujeres, que tenía denuncias previas, e incluso una orden de alejamiento. Nos preguntamos a menudo qué está fallando en el sistema para que alguien que dio unas señales previas acabe pasando a mayores. Justamente por el hecho de que no se esté dando la importancia debida a las alertas previas se acaban desencadenando resultados fatales e irreversibles.

Cuando un hombre empieza degradándote de diferentes formas, desgraciadamente no solemos darle tanta importancia, ni tan siquiera en la policía ni en los juzgados. A menudo vemos que las autoridades encargadas de protegernos lo reducen a una simple riña, donde apenas se aprecia delito, y mientras no haya sangre de por medio. Sin instrumentos que les paren los pies cuando hay alertas tempranas, la línea entre la violencia psicológica y/o física de menor intensidad y la peor de las violencias se puede desdibujar de forma inmediata. Ponemos un muro infranqueable entre la línea que separa el maltrato psicológico, no menos importante, del físico, y como si el psicológico no causara daños y no fuera la antesala de algo mayor.

A veces ni eso, porque mientras tengamos representantes públicos que traten una agresión escolar como la de Mallorca de simple riña, me temo que seguiremos teniendo un goteo de casos que no son más que el resultado de la ausencia de un tratamiento más profesional, menos superficial, de la violencia en sus diferentes intensidades. En una administración que está demasiado acostumbrada a trabajar compartimentada, el magnífico grupo Gama de la Policía Local de Valencia no puede ser una excepción, o que la policía rural esté aún por formar. Necesitamos más pedagogía no solo para las actuaciones públicas, sino también en los colegios, pues nos decía tan solo hace unos días Javier Urra que «el 33 % de los españoles piensa que los celos son una prueba de amor».

Pregunté no hace mucho a un abogado especializado si desde el sistema penal se pueden imponer penas como ir a terapia para reconducir la violencia cuando se está manifestando a menor escala o en fases tempranas, y su respuesta fue que de momento se reduce a penas de castigo y tras haber llegado a mayores. No es tan descabellado introducir la obligación de ir a terapia de rehabilitación de la violencia, yo misma impulsé la prevención de la violencia terrorista cuando gestionaba un programa de la ONU. Igual que se persigue la apología del terrorismo, paren los pies a los maltratadores machistas cuando empiezan amenazando o empujando.

Pónganse a intercambiar experiencias pioneras exitosas como la de Valencia ciudad, y hagan un esfuerzo por extenderlas a todo el territorio nacional. Incluyan la terapia de rehabilitación de la violencia desde el primer minuto en que se manifieste a menor escala, bajo la perspectiva de que estarán así evitando males mayores en el futuro. Respondan con actuaciones más especializadas cuando la violencia se manifiesta en sus diferentes tipologías e intensidades, y no esperen a que se pase a mayores. La violencia machista, al igual que la escolar, seguirá siendo un fracaso colectivo mientras no hagamos un mayor esfuerzo preventivo desde el primer minuto en que se manifiesta, y antes de que se acabe en el hospital o en el cementerio.