Esta es la historia de un partido que tiene dos cabezas. Una llamada izquierda socialista, que tenía incluso siglas, y otra que podríamos llamar derecha socialista, que no aparece como tal, que disimula, pero que está presente. Ambas convivían con más o menos placidez hasta que llegó la competencia. Es verdad que han ido perdiendo votos, seguramente por esa competencia inesperada, pero también es verdad que han conseguido cuotas de poder que no tenían, y ha sido por la vía del acuerdo y del pacto, esa a la que ahora renuncian. Así lideraron comunidades autónomas, como la nuestra, que el PP gobernaba plácidamente con la trastienda infectada, haciendo trampas y sin que el electorado reaccionara.

Solo cuando ha aparecido en el horizonte la posibilidad de extrapolar esa fórmula al Gobierno central, han surgido las urticarias y los miedos. La derecha socialista se ha puesto en pie de guerra, de forma subterránea, para abortar esa opción. El tándem González-Cebrián no solo da conferencias fallidas, sino que simboliza una alianza mortal para cualquier disidente. Antes muerto que de izquierdas, ha aparecido como consigna, y el llamado aparato rectifica, por miedo y con malas artes, escudándose en frases hechas, en un patriotismo sospechoso, y en una responsabilidad que no era suya en ningún caso. No es que haya una cabeza buena y otra mala, lo que hay es gente más progresista y otra que le teme a un cambio de verdad. Que sí, que está bien desarrollar políticas sociales, piensan, pero manteniendo el sistema, aunque se resquebraje. La palabra antisistema les aterra.

Mientras, Ciudadanos, como derecha travestida, quiere alzar la voz pero se diluye. Y Podemos sufre un acoso y derribo generalizado y vergonzoso, con voceros que se preocupan de maximizar unos errores que justifican en otros. En todo ese rifirrafe, la ilusión pierde fuelle.

Todo resulta parecido a un juego de tronos, pero no lo es, y la derecha sonríe porque está saliendo ilesa de todas sus tropelías. Lo cierto es que en este país, aunque les pese a algunos, existe mucha gente de izquierdas que cree que un cambio real es posible, que defiende los derechos sociales, que cuestiona profundamente el sistema, y que busca una caja de resonancia para sus sueños. Y no va a parar hasta encontrarla.