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El debate de investidura que dejó paso al nuevo Gobierno fue, en verdad, tan curioso como edificante. Curioso fue comprobar que los oradores, uno tras otro, subían al estrado para criticar no el discurso del candidato a la presidencia, sino la voluntad de abstenerse de los socialistas. Por el tono y por las palabras se diría que escocía esa decisión. Pero lo más edificante fue comprobar cómo hablaban de coherencia y de honor quienes han dado muestra sobrada de carecer de ambas cosas. Por ejemplo, el diputado Iglesias acusó a los socialistas de que haya un gobierno de derechas siendo así que él habría podido lograr a la perfección en la legislatura anterior lo contrario sin más que abstenerse cuando su hoy compadre Sánchez se presentó a la investidura. ¿Es coherente lanzar ahora los rayos?

El premio grande de la falta de vergüenza lo protagonizó, no obstante, el colegui Rufián, que llamarle otra cosa sería faltar a su voluntad de diálogo. Acusó de traidores a los socialistas y les dijo cosas que fuera de las Cortes quizá porque en el exterior hay menos delincuentes potenciales serían delictivas. Pero estábamos en lo de la coherencia. Rufi, colegui, ¿no seréis tú y tu partido los mismos que habéis hecho presidente en Cataluña a un miembro del partido aquél que fundó Pujol para forrarse?

El azote moral contra los sociatas de la abstención se ha extendido estos días a los columnistas dispuestos a reñir a quienes han facilitado que haya Gobierno en el reino. Con una característica compartida: la inmensa mayoría de quienes se rasgan las vestiduras o bien pertenecen a partidos que le disputan al PSOE la hegemonía en la izquierda o son notorios simpatizantes de ellos. De lo que cabría concluir que si al enemigo le molesta algo, igual es porque le perjudica. Ponerse la piel de oveja para proclamar la pasión socialdemócrata cuando se ha abominado de manera sistemática de semejante alternativa política es un recurso harto conocido. Pero antes solía usarse con más discreción.

No obstante, hay un ejemplo perfecto de socialista que abominó de la abstención y dio un portazo para evitarla. Me refiero al ex secretario general Sánchez. Entre lágrimas dijo que se echaba a la carretera en busca de apoyos para volver a su cargo. Pero se da el caso de que lo que necesita el PSOE no son floreros, sino ideas. Tiene que resolver, igual que hizo en Suresnes en el año 1974, cuál es su papel en el mundo agitado de la España de hoy. Ha de concluir el programa que debe ofrecer a los ciudadanos en cuestiones tan difíciles y, a la vez, tan urgentes como la sustitución del Estado de las autonomías por otra cosa, la sostenibilidad de las pensiones o el cumplimiento de las directrices europeas en materia presupuestaria. Da lo mismo lo que digan de todo eso Unidos Podemos o Esquerra Republicana. Lo que la ciudadanía quiere saber es lo que propone el PSOE. Y sin necesidad de recorrer España en coche.

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