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Chorlitos digitales

Creo que la posible victoria de Donald Trump sería una magnífica culminación del Halloween. Imaginen que aparece con su ensaimada capilar teñida de verde como un cadáver fosforescente recuperado del pantano mefítico. Ningún presidente de EE UU ha sufrido mengua alguna de popularidad por sus dotes teatrales, pero el mes de difuntos es apto, sobre todo, para las reflexiones. Dicen que dentro de España, es Cuenca donde más barato resulta caerse muerto, mientras que los costes fúnebres en Barcelona se disparan quizás porque „y sólo es una hipótesis„ el negocio de Marta Ferrusola con las flores se complementa con la venta de nichos. Quizás. A eso le llamo yo sinergia de verdad.

Todo eso me divierte y creo que muchos estadounidenses se sienten tentados por la posibilidad de cometer una gamberrada y ver qué pasa luego: Dios les asista. Incluso un tipo llamado Yuval Harari, de la secta de Silicon Valley, dice que hacia 2050 una persona de unos cuarenta años, con buena salud y dinero (acceso a datos, se dice púdicamente), podrá vivir cuanto desee, que crearemos un superhombre a base de algoritmos. Todas las temporadas ha de aparecer un majadero a vendernos la vida eterna. Mientras tanto, pretenden cargarnos con implantes para orientarnos, bancos para reforzar la memoria o para controlar las constantes vitales mientras el sujeto corre ¿Hacia dónde? Eso es lo de menos.

El señor Harari ni se plantea si tal cosa es deseable y nos endosa la carta completa de prodigiosos complementos. La muerte apareció con el sexo. Antes, en calidad de infusorios, éramos inmortales, no quiero volver a serlo, prefiero ser pluricelular y sexuado. Y morirme. Vivir cansa, vivir agota, e incluso con pretensiones muy modestas, cada día tiene su afán y plantea la posibilidad de estar o no a la altura del reto de Pepsi. Es la facilidad con que morimos la que confiere a nuestros actos el gusto épico-lírico, no te enteras Harari. Habremos de introducirnos en tus sueños de semivida tecnológica para llamar tu atención con una pintada como en la novela Ubik: Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos.

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