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Matías Vallés

Diez cosas que pueden decirse en el congreso

La presidenta del Parlamento no se dedica a conceder la palabra, sino a retirarla, una disfunción que se corregiría si los diputados supieran de antemano qué deben decir en la tribuna.

as repulsivas intervenciones recientes de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Gabriel Rufián, como su nombre indica, han conmocionado a la clase política aunque no tanto al país porque anda adormilado. Dónde han quedado los tiempos en que la prosa parlamentaria refulgía con la docta elegancia del «que se jodan» (Andrea Fabra), «Zapatero ha traicionado a los muertos de ETA» (Rajoy), «sinvergüenza» (Cospedal), «gilipollas» (Rivera) o el jocoso homenaje a Bárcenas de «con los sms me manejé peor, pero voy mejorando» (Rajoy, de nuevo). La contaminación oratoria ha llegado al extremo de que la presidenta del parlamento no se dedica a conceder la palabra, sino a retirarla, una disfunción que se corregiría si los diputados supieran de antemano qué deben decir en la tribuna. El siguiente decálogo a imponer a sus señorías plantea una humilde aportación al limado de asperezas y a la reconciliación nacional:

«Rajoy es un gran presidente». Sería prudente que este pronunciamiento, por otra parte obvio, encabezara todas las intervenciones que tengan lugar desde la tribuna de oradores durante la presente legislatura. Ana Pastor cabeceará su aprobación musitando un discreto «así sea». Los diputados populares y socialistas podrán adjuntar la muletilla de «el mejor presidente del mundo», de la que quedarán exentos independentistas y radicales. Se desaconseja en cambio la proclamación a Rajoy desde el atril como «el mejor presidente de todos los tiempos», que podría ser malinterpretado como culto a la falta de personalidad.

«Tenemos un gran futuro por delante». Este latiguillo presidencial debe imponerse a los otros 349 diputados. El optimismo no deja de funcionar al hacerse imperativo. Al contrario, gana cuerpo. Se mantendrá el redundante «por delante», para impedir que los parlamentarios humoristas se apliquen la variante popularizada por Groucho Marx, «tengo un magnífico futuro a mi espalda».

«El PSOE ha sido coherente». Este rendido homenaje debe pronunciarse con énfasis arengatorio. Al escucharlo, la presidenta de la cámara lo rematará con un enérgico «en pie», de modo que los diputados populares y socialistas se levantarán para prorrumpir en un estruendoso aplauso solidario. A fin de no herir susceptibilidades, se omitirá de qué PSOE o de qué coherencia se está hablando.

«Pedro Sánchez es un converso al chavismo». Se había sopesado asimismo «converso a Podemos», pero el grupo de Iglesias cuenta con cinco millones de votos. Este manifiesto alusivo cuenta con la ventaja de que evoca a un Chávez ya fallecido, así que los parlamentarios certifican la defunción política del antiguo candidato socialista cada vez que se sienten obligados a mencionarlo desde la tribuna. Y si alguien piensa en Chaves, miel sobre hojuelas.

«La gobernabilidad está garantizada». Es una frase insípida, que hubieran podido lanzar con igual convicción Franco, Suárez o González. Por tanto, será del gusto anodino que cabe instaurar en la tribuna para domeñar los excesos verbales que se han indigestado a la población. Por supuesto, la expresión será suprimida en la eventualidad indeseable de que deje de gobernar el PP.

«PP y PSOE tienen un historial irreprochable». Hay que liquidar la tentación de los tribunos de refugiarse en pecadillos antiguos de populares y socialistas, para atentar contra la gobernabilidad (véase el apartado 5). La repetición de esta letanía posee efectos terapéuticos, que permiten contemplar a ambos partidos bajo otro prisma.

«Ciudadanos ha puesto en marcha el país». Es un guiño a la nueva política en su rama más aceptable, la que acaba entregada a la vieja política. De nuevo, populares y socialistas confraternizarán en este homenaje a su vecino del centro.

«El grupo parlamentario de Podemos es una embajada de Irán». Los diputados podrán ampliar el foco geográfico a otras dictaduras. Se evitará cuidadosamente a China y Arabia Saudí. También a Corea del Norte, porque se destaparía la broma.

«Un catalán es un independentista mientras no se demuestre lo contrario». Cataluña y País Vasco aparecerán irremediablemente en algún debate. Esta fórmula cautelosa evitará disgustos ulteriores a los oradores, así como sospechas de alta traición.

«Lo que diga Bruselas». Será el remate obligatorio para toda intervención desde la tribuna. O incluso la intervención íntegra, que contribuirá a agilizar los debates y a acabar las sesiones del Congreso en hora los días de Champions.

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