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Mariano monta un Gobierno... Marianista

Es sobradamente conocido el aforismo de la novela El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que aconseja «que todo cambie para que todo siga igual». Es decir: escenificar una apariencia de cambio, cara a la galería, para que en esencia las cosas se mantengan como ya estaban. Igual, pero diferente.

Pues bien, cabría decir que Mariano Rajoy ha ido un poco más allá, y en su nuevo Gobierno no ha cambiado nada con el fin de que todo siga igual. Como siempre. Resulta casi sorprendente que, a estas alturas, cuando todos hemos podido constatar, una y otra vez, cuáles son los principios que motivan al presidente, el motor inmóvil de la política española, hubiera analistas que pronosticasen «grandes cambios» en su nuevo Gobierno. ¿«Grandes cambios» con Rajoy? ¿O cambios a secas, con un presidente que no hizo una sola crisis de Gobierno en su anterior legislatura? Política ficción.

La principal novedad del Gobierno es la entrada de María Dolores de Cospedal en el Ministerio de Defensa. Una incorporación que estaba cantada, pues la implicada llevaba años pidiéndolo. Y Rajoy es lento, pero constante. Le hacen una petición y más tarde, en unos pocos años... quizás la atienda. Por lo demás, el presidente ha sustituído las bajas del Gobierno anterior (fundamentalmente, por jubilación) por individuos clónicos a los anteriores. Y, como ya es tradición, no tenemos ni un valenciano en el Gobierno. ¡Ni siquiera uno que veranee en la Comunitat Valenciana, como García Margallo! Ni un joven, por supuesto, en una nueva demostración de que el PP de Rajoy tiene muy claro dónde están sus votos y su futuro: gente mayor, más rural que urbana. Y a esa gente ponerle jóvenes como Andrea Levy o Pablo Casado no les entusiasma: les asusta (bueno, Casado, el yerno perfecto, tal vez no tanto).

Este concentrado Rajoy es el nuevo e ilusionante Gobierno que nos regirá, previsiblemente, los próximos cuatro años. Cuatro años porque para que la legislatura se acortara tendría que haber una moción de censura (es altamente improbable que fructifique, pues deberían ponerse de acuerdo al menos PSOE, Podemos y Ciudadanos, o prácticamente todos los partidos de la oposición, si no se suma Ciudadanos) o un adelanto electoral. Esto último es el espantajo que agitaba el PP frente a los socialistas para lograr su abstención: si no, iremos a terceras elecciones. Y es lo mismo que harán para que el PSOE vote lo que tenga que votar en los Presupuestos y demás leyes impuestas por Bruselas. Pero no se engañen: si es por Rajoy, la legislatura durará cuatro años, y ni un día menos.

Cuatro años que pueden ser un auténtico suplicio para los socialistas. Un suplicio que ya ha comenzado. Cada vez que el PSOE critica al PP, o afirma que harán oposición, o que votarán no a ualquier medida del PP, la reacción del público oscila entre la incredulidad, el enfado o, directamente, la risa. Si, además, este tipo de declaraciones solemnes las hacen individuos como Antonio Hernando, firme susanista hoy a fuer de acérrimo sanchista ayer, ya pueden imaginarse ustedes en qué profunda sima oceánica se ubica hoy la credibilidad del PSOE. Precisamente por esto, porque el PSOE, absteniéndose, ha destruido cualquier posibilidad de hacer oposición de verdad, Rajoy ni se ha molestado en aparentar que le preocupaba lo más mínimo la opinión de los socialistas para configurar su Gobierno, o para cualquier otra de las decisiones que adopte en adelante. Ni tampoco, por supuesto, de Ciudadanos, cuyo portavoz, Juan Carlos Girauta, se agarraba patéticamente al argumento de que Rajoy había hecho ministros a los negociadores del pacto del PP con Ciudadanos como muestra de poderío. Tal vez Rajoy los hizo ministros, precisamente, para premiarlos por su desempeño en una negociación en la que lograron los 32 votos de Ciudadanos a cambio de... ¿nada?

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