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Socialistas y demócratas

Ser demócrata, una vez más, puede conducir a ser radical: combatir la desigualdad, ser solidarios con excluidos, inmigrantes o refugiados, apostar por la libertad contra las mordazas, contra la manipulación de la información, estar por la transparencia de las administraciones, por el control de la avaricia privada. Un programa revolucionario de hace tres siglos.

El fracaso de un proyecto político no elimina las causas ni evita las preguntas que lo fundamentan, advertía Octavio Paz sobre el comunismo y la implosión de la URSS. Viene a cuenta de la crisis de la socialdemocracia europea, en versión siempre exagerada como quiere el estereotipo nacional, la del socialismo hispano

La desaparición de la URSS y la disolución de los partidos comunistas no resolvieron la respuesta a los motivos que propiciaron su nacimiento: las desigualdades sociales generadas por la voracidad capitalista. También la respuesta al crecimiento y expansión del comunismo, en una amplia zona de Europa, constituyó la base de la consolidación de la socialdemocracia, que junto con la democracia cristiana están en el origen del Estado del bienestar compatible necesariamente con la libertad, y ambos en el nacimiento de la que ahora conocemos como Unión Europea, el éxito que sucedió a las grandes catástrofes del siglo XX, la alternativa a los totalitarismos.

A la desaparición del enemigo se unió el renacimiento del pensamiento y la acción del neoconservadurismo, que nunca había abandonado sus objetivos, agazapado a la sombra del bienestar generada por la prosperidad compartida desde los años cincuenta a los ochenta del pasado siglo. Desaparición y renacimiento contribuyeron al declive primero, y a la crisis después de la socialdemocracia europea.

Algunos pensaron en la necesidad de elaborar nuevas propuestas ante la evidencia de la desaparición del ya citado enemigo y el empuje del nuevo, o no tanto, paradigma ideológico. Los primeros fueron, curiosamente, los antiguos partidos comunistas que se lanzaron a la construcción del eurocomunismo. Su camino fue breve, y el resultado, como se dijo, la desaparición o su dilución en la socialdemocracia. Esta última procuró formular alternativas al alud neocon, a través de la conocida Tercera Vía o semejantes con la pretensión de compatibilizar el mercado desregulado con la herencia del Estado del bienestar. Los CETA/TTIP concluirán la demolición.

El triunfo de las ideas neoliberales alcanzó a muchos de los proponentes, con ejemplos como los de Blair o Schröder, que no son únicos. Como ideología dominante, el neoliberalismo y la adoración del mercado desregulado han alcanzado a liderazgos socialdemócratas al punto que se podría hablar de una carrera por el abandono de las viejas ideas y el frenesí por abrazar la nueva fe. Echen una mirada al gobierno socialista francés o, en tiempos, a los gobiernos socialistas de España y encontrarán ejemplos más que notables. O fe de converso o abandono de postulados juzgados anacrónicos, unido a la deserción de la política por parte de la ciudadanía, considerada aquella como una ocupación para aprovechados, oportunistas y trepadores a costa del erario. Con bastante menos ambición teórica para encontrar respuestas a los nuevos retos y cambios sociales „en parte producidos por el mismo éxito de las políticas socialdemócratas, por cierto„ los socialistas españoles, o más precisamente gran parte de sus dirigencias pasadas o actuales, sucursales y franquicias, se han ocupado en primer lugar de la adoración neocon en especial en cuanto se refiere a economía, privatizaciones de bienes y servicios públicos. Y en segundo lugar, a enzarzarse en lo que es, sin disimulo alguno, una lucha por el poder y la supervivencia de sus actores.

Alguien podría pensar que para el establishment económico, social, y político en definitiva, el papel del socialismo en nuestro país está agotado: sirvió de contrapeso eficaz al comunismo indígena, aceptó sin grandes aspavientos la transición, la incorporación a la OTAN, contribuyó de modo decisivo a la plena integración en la Unión Europea, reconvirtió el sector industrial, público y privado, etcétera. Sin duda alguna en muchos casos de modo positivo para el conjunto de la ciudadanía como sus excesos. Para ese alguien, sin embargo, tal vez ha llegado el momento de las exequias a que tan aficionados como a los autos de fe, somos en este ruedo ibérico. El ejemplo comunista está muy cercano, y los elogios a su «responsabilidad y patriotismo» todavía resuenan en los ecos mediáticos.La derecha puede reconducir los excesos socialistas en los temas de educación, salud, servicios sociales, laicismo, o incluso aunque ahora suene remoto, el abordaje de la distribución del poder territorial y el reconocimiento efectivo de las singularidades. Esto es, recortarlos o transferirlos a la iniciativa privada: la consagración, en suma, de costes e inversiones públicas a cargo de los contribuyentes y beneficios privados. Los ejemplos son tan evidentes que juzgamos innecesario enumerarlos.

Las recientes confrontaciones socialistas podrían tener una explicación sencilla si se aceptan alguna o algunas de las consideraciones precedentes, desde el escenario europeo por supuesto, y desde la condena implícita del establishment a la irrelevancia de la organización. Una irrelevancia que, en el colmo del cinismo, no se quiere definitiva, sino proporcionada ante lo que se teme como agresión de alguna fuerza política emergente. Esto es, que los socialistas actúen como valladar ante los nuevos y coartada para todos, incluidos sus electores. Puede tener el resultado de mantener en sus puestos a las dirigencias, de papel secundario, pero siempre en el candelero con sus gajes colaterales que a nivel individual y clientelar todavía pueden resultar compensatorios. Eso sí, con unos pocos guardianes del tarro de las esencias en el rincón. Ser demócrata, una vez más, puede conducir a ser radical: combatir la desigualdad, ser solidarios con excluidos, inmigrantes o refugiados, apostar por la libertad contra las mordazas, contra la manipulación de la información, estar por la transparencia de las administraciones, por el control de la avaricia privada. Un programa revolucionario de hace tres siglos.

El espectáculo de los últimos meses y días es la manifestación de la incompetencia, del rechazo a reconocer la realidad y las exigencias de la ciudadanía. Poco social y menos democrático. Quienes tienen la responsabilidad de recuperar las causas y las preguntas y formular las respuestas no parecen dispuestos a hacerlo: acaso prefieren el gallinero de la supervivencia, la suya. Su irresponsabilidad permite que tal vez otros lo hagan, porque las causas y las preguntas subsisten.

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