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Alfons García03

¿En qué división estamos?

El mapa del no a Mariano Rajoy sitúa a la Comunitat Valenciana entre Mérida y Barcelona, que es algo así como decir entre Pinto y Valdemoro. El mapa que deja la investidura es el de dos españas, la de los nacionalistas-barra-independentistas y la de los partidos de-toda-la-vida, allá donde PP y PSOE suman notables e históricas mayorías. El mapa de apoyos con el que Rajoy se aúpa al poder implica otra división: la España rica dijo no mayoritariamente al candidato popular, la España con un PIB más bajo dijo sí al hombre tranquilo por acción o por abstención.

Los territorios con más diputados en contra de Rajoy fueron Euskadi y Cataluña. Tres de cada cuatro de los parlamentarios vascos y catalanes se opusieron al líder del PP. En el resto de autonomías, el no fue minoría. En el caso valenciano, fueron nueve de 33 (los de la marca A la Valenciana), un 27 %. La votación sitúa a los dominios de Ximo Puig y Mónica Oltra más cerca de Andalucía (18 % con el no) que de Cataluña (77 %).

Tampoco es que esté mal estar cerca de Andalucía, territorio que no ha salido mal parado tradicionalmente en el reparto de recursos: el primer AVE, la Expo importante, un buen trato en la distribución de fondos autonómicos durante años€ El problema está en quedarse en el medio, ese espacio tradicionalmente invisible entre quienes tienen el mango de la sartén. Será cuestión de mirarse al ombligo de una vez, porque por muchos afanes de Puig, el peso en las esferas de poder de una comunidad con sentimiento identitario difuso „dual, según los sociólogos más sabios„ ha sido tradicionalmente pobre. El balance de la financiación autonómica y la eternización del corredor mediterráneo son las últimas evidencias de lo que alguien, seguro, llamará discurso victimista.

Ministros 0,0. Y ahora Valencia vuelve a quedarse sin ministros. De medio (García Margallo es un señor de Madrid con casa en Xàbia de toda la vida, pero no tiene grandes vínculos con el PP de aquí, pese a sus esfuerzos ímprobos en la última campaña de las generales por acudir allí donde le requerían, por pequeña que fuera la agrupación) a cero. A no ser que alguien tenga la tentación de pasar por el tamiz de la valencianía a Rafael Catalá por sus veranos en Dénia. Ya puede esforzarse la máquina popular en subrayar que lo importante es la nueva «sensibilidad» del Gobierno hacia la Comunitat Valenciana y que en el segundo escalón sí se va a notar. Seguro que la cuestión territorial no pesa en la mente de Rajoy al diseñar su gabinete, pero Cataluña, donde el PP es casi un partido residual en votos, siempre está presente en sus meditaciones ministeriales y el granero valenciano, no. A ver si la corrupción no va a estar tan amortizada en la mente del presidente como defienden sus correligionarios de aquí. En verdad, judicialmente aún queda mucho por ver en los tribunales valencianos.

Los de Podemos. Ahora que hay Gobierno en Madrid, Podemos se acerca a uno de los momentos decisivos de su corta historia. Pablo Iglesias o Íñigo Errejón, he aquí el dilema. Mientras la guerra de guerrillas empieza a dejar víctimas, uno tiene la impresión de que el poli malo y el poli bueno acabarán entendiéndose por necesidad. ¿Cómo romper antes de ganar nada? ¿Cómo romper una relación unida hasta por las madres de ambos, buenas amigas?

El riesgo de esta batalla de poder es la fractura territorial, que puede derivar en algo incontrolable en un partido de raíces jóvenes y asamblearias. Los indicios de división en el podemismo valenciano cada día son más claros. Y el hecho diferencial es que en la cúpula valenciana no hay una figura de referencia, un sol que ilumine a las bases con cada una de sus actuaciones. Las guerras, además, obligan a tomar partido, ya se sabe. Así que la incógnita es hasta cuándo permanecerá Antonio Montiel sin aclarar públicamente en qué división participa. ¿Habrá sorpresa o las apariencias errejonistas no engañan?

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