Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La memoria

Sé que este artículo debería estar dedicado a comentar las elecciones presidenciales americanas del martes. Pues no señor. Ya ha sido dicho todo sobre los candidatos, sus campañas han sido minuciosamente examinadas, los vaivenes de las encuestas nos han tenido con el corazón en un puño. Basta. ¿Qué utilidad tiene un comentario más? Por muy listo o previsor que se sea, hasta el martes por la noche no dispondremos de lo único que cuenta: el recuento de los votos. De modo que me limitaré a desvelarles el nombre de quien ganará. Hillary Clinton. Lo digo con toda la seguridad que me da la larga experiencia; con la misma seguridad, de hecho, con que auguré la derrota del Brexit.

Esta semana, por el contrario, he estado en Alicante participando en un acto académico en su universidad. En Alicante hay una universidad joven y activa, llena de estudiosos sensatos e intelectuales comprometidos. Acudí a presentar en la sede de la universidad un libro que, engañosamente, parece solo un catálogo de fotos, Los españoles del Transahariano, (Publicaciones Universitat d'Alacant) pero que es además un análisis luminoso y desgarrado del destino de miles de españoles que pudieron escapar de Alicante al final de la Guerra Civil española para hundirse en el infierno de los campos de concentración del desierto argelino. Hombres, mujeres y niños que huían de las tropas franquistas.

Aprovechando la mano de obra barata (esclava en realidad) de españoles y judíos encerrados en los campos del norte de África, el gobierno colaboracionista de Vichy decidió desempolvar un viejo proyecto de ferrocarril, el Transahariano, que enlazaría Orán con Bamako y finalmente con Dakar a través de más de 2.000 impracticables kilómetros de desierto. Una verdadera locura imperial interrumpida en 1943 cuando, tras el desembarco de los americanos en Casablanca, cambiaron las tornas en la Francia colonial, y definitivamente abandonada en 1949. La descripción del infierno padecido por los españoles es objeto de este libro sobre el Transahariano. No son solo las fotografías sobrecogedoras sino los cuatro artículos precisos como bisturís que se incluyen como estudio previo y que acaban componiendo un ensayo de gran mérito historiográfico.

Oyendo disertar a todos ellos el pasado miércoles, me impresionó su pasión, su deseo de contar los acontecimientos con absoluta objetividad, hasta con frialdad, y el mérito de analizar y desmenuzar un pequeño aspecto de nuestra historia para que quede clara y bien definida una pieza más del rompecabezas español.

Estuve pensando una vez más en el problema no resuelto de la famosa memoria histórica referida a la república y a la Guerra Civil. Varios países de Europa se han tenido que enfrentar al recuerdo de sus propios crímenes, de sus errores. Han tenido que mirarlos de frente, tragar saliva y comprender que, sin resolverlos, no tenían opción de avanzar por el camino de la reconciliación. No era cuestión menor el paso de Hitler por Alemania, con su holocausto y su asesina dictadura. Cierto que fue necesario un Tribunal internacional para enjuiciar los crímenes de los jerarcas nazis, pero echaron a andar la rueda de la regeneración. No es solo que el nazismo fuera ilegalizado y criminalizado (por mucho que haya vuelto la extrema derecha, ahora perseguida), sino que hasta el negacionsimo fue declarado delito. Ahora, toda una nación ha aceptado los desmanes de sus padres y vive en paz con su historia. Y todo esto ocurrió más de cinco años después del término de la Guerra Civil española.

A los franceses les ha costado admitir las consecuencias de su cobarde colaboración con Hitler. El trauma, la mella en el orgullo nacional eran demasiados. En este caso, el empujón de los intelectuales galos (no todos) actuó como tribunal internacional. Hoy Francia admite su culpa, hasta las derechas comprenden que nada les obliga a justificar el odioso régimen de Vichy (tan parecido al de Franco en España). Hasta el negacionismo del líder de extrema derecha, Le Pen, le ha acabado costando la carrera. Las heridas han sido cauterizadas. En lo que a nosotros atañe, a principios de año, el presidente Hollande pidió perdón por la aberración de los campos de concentración en los que hacinaron a los españoles que huían a través del Pirineo en 1939, y la alcaldesa de París tuvo el gesto de consagrar a un costado de la alcaldía un jardín en homenaje a los españoles de La Nueve, los primeros en entrar en París en agosto de 1944.

¿Qué nos impide condenar el régimen de Franco nacido de un golpe de estado y asentado en unas represalias brutales, tanto físicas como morales? ¿Existe en Alemania una avenida Adolf Hitler? ¿Qué nos impide mirarnos a la cara y declarar superada la memoria? No se trata de reabrir las heridas, como aseguran muchos, se trata de cerrarlas de una vez. En España todavía no hemos conseguido hacer olvidar la Guerra Civil y las viejas generaciones aún viven en el pantano de la Historia.

Compartir el artículo

stats