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Javier Cuervo

Entre peores anda el juego

Los estadounidenses eligen entre el candidato de lo peor y la peor candidata. Donald Trump es el candidato de lo peor por lo que han dicho de él y por lo que él mismo ha dicho en su discurso pesimófilo que prefiere lo malo a lo bueno y se expresa anteponiendo la mala educación a la buena. En el espacio que enmarcan esos dos círculos todo se envilece. Si llega a la presidencia (algo que los sondeos mantienen al alcance de su mano) volveremos a ver que el sistema estadounidense es más fuerte que la presidencia de Estados Unidos. Se ve normalmente en cada mandato y, excepcionalmente, en esos cuatro presidentes asesinados en poco más de dos siglos sin que el país haya perdido la paz.

Hillary Clinton es la peor candidata porque ante el candidato de lo peor y con la ayuda de casi todos los medios y de algunos destacados republicanos no ha logrado despegarse de su rival patán. Es como una princesa autodidacta, que lleva preparándose para la Casa Blanca desde su llegada al uso de razón política, pero su largo currículo la hace vulnerable y resulta antipática a una parte nada desdeñable del electorado que participa en el sistema y lo rechaza, siempre votando.

El resultado de las elecciones estadounidenses nos afectará como siempre. En los hechos, de forma inevitable: el viento económico de Occidente sopla de allí. En las palabras, también, porque somos dependientes de su mensaje. Para nosotros, Obama fue cómodo porque tocó poco las narices. Recuerde el tronismo ultraliberal y belicista de Bush amplificado por Aznar, grumete de las Azores. (Gracias, Josemari, por ayudar a la incubación de la guerra en la otra orilla y a la crisis de refugiados en casa).

Ahora, la suerte está echada, recostada esperando para irse con el ganador. Aunque sólo sea por ahorrarnos la trápala, crucemos los dedos y esperemos que gane la mejor.

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