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La venganza del hombre blanco

Indican los sondeos que el votante de Donald Trump, aquél a quien se ha dirigido fundamentalmente su campaña, es el hombre blanco de cierta edad y con poco nivel de educación. El candidato republicano es el favorito sobre todo entre los varones mayores de cincuenta años del llamado bible belt (la América profunda y evangélica), furiosos con el estado de postración del país y capaces de tragarse cualquier mentira.

Contaba el otro día una joven alemana que participó en un debate televisivo sobre las elecciones en EE UU que en el pueblo del Medio Oeste en el que pasó el verano consideraban a Barack Obama peor que a Adolf Hitler. No es de extrañar que el votante de Trump esté dispuesto a pasar por alto cualquier cosa que salga de sus labios, cualquier burrada sexista, racista u homófoba porque en el fondo piensa como él. Y le admira además por atreverse a decir en voz alta lo que opina sin que le importen un bledo la «corrección política» ni demás zarandajas de gais o intelectuales.

¿Qué importan los programas políticos cuando lo que le gusta oír a ese populacho son amenazas como «México va a tener que pagar su muro» o o «Vamos a mandar a Hillary a la cárcel»? Cuando la provocación se convierte en el principal recurso de una campaña en la que prima el más grosero espectáculo y sólo cuentan los índices de audiencia, no hay argumento racional que valga.

Después de meses de contienda electoral, millones de norteamericanos siguen sin tener la mínima idea de lo que piensa hacer el candidato o candidata que llegue a la Casa Blanca. Y la única esperanza de Hillary Clinton, la demócrata a la que muchos correligionarios votarán tapándose la nariz, es que las de su sexo vuelvan a ser esta vez determinantes.

Las estadísticas parecen confirmar que en 2016 el peso del hombre blanco en el conjunto del electorado de aquel país no es el mismo que hace más de treinta años. El republicano Ronald Reagan obtuvo, por ejemplo, en 1980 un 63 % de ese sector de la población, lo que le permitió alcanzar la presidencia. Pero el también republicano Mitt Romney fracasó en 2012 frente a Barack Obama pese a tener el apoyo del 62 % de los varones blancos. Trump necesitaría, según cálculos del Washington Post, que le votase más del 70 % de los hombres blancos para ganar. Y su popularidad entre los más jóvenes no es precisamente la más alta.

Si finalmente gana Hillary, la candidata del establishment, no será precisamente porque haya convencido por su honestidad o hayan entusiasmado sus propuestas. ¡Qué lástima, tratándose de la primera mujer que llegaría a la Casa Blanca después de 44 varones, todos ellos, menos el último, blancos!

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