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Las cuatro libertades

Los británicos, siempre tan suyos y a lo suyo, han buscado desde el principio en Bruselas una integración a la carta. No quisieron, por ejemplo, saber nada de Schengen ni del euro, reclamaron un descuento de su aportación al presupuesto comunitario y pretenden ahora decidir quién entra a trabajar en su país. Sin embargo, esta última es una de las cuatro libertades que funcionan como pilares del mercado único: la libre circulación de trabajadores junto a la de mercancías, capitales y establecimiento y prestación de servicios. Y es, además, una libertad totalmente esencial para el funcionamiento de una unión monetaria.

Los países que, como el Reino Unido disponen de su propia moneda, pueden recurrir al mecanismo de la devaluación monetaria para impulsar su economía si ésta entra en recesión. Esa posibilidad les está, sin embargo, vedada a los países que, como España, han adoptado el euro, aunque les queda el mecanismo que por desgracia tan bien conocemos aquí de la devaluación salarial.

Está también como posibilidad el flujo de trabajadores de los países en recesión hacia los que están en mejor situación económica y pueden absorber la mano de obra extranjera. Pero esa movilidad es mucho más difícil en el Viejo Continente que, por ejemplo, en Estados Unidos. Ese mecanismo que podría constituir al menos en teoría una válvula de escape para los países en dificultades está además cada vez más en entredicho en la UE, lo que impide su transformación en una zona monetaria óptima. Y los británicos, que tan bien supieron aprovecharse en un primer momento, de los trabajadores más baratos de los países de la Europa del Este para cubrir sus necesidades, han terminado por decir «basta».

Dos economistas alemanes, Wilhelm Kohler y Gernot Mühler, de la universidad de Tubinga, consideran que no hay razones económicas para renunciar sólo por el brexit a «las ventajas de un mercado común de bienes, servicios y capitales que incluya a Gran Bretaña». Las razones serían sólo políticas: la conveniencia de castigar a Gran Bretaña y evitar de paso que otros países sigan su ejemplo, como parecen cada vez más tentados de hacer algunos. ¿Acaso no son suficientes? Otro cantar es si merece la pena salvar una Europacada vez más de los capitales que de las personas. Cada cual es libre de opinar al respecto.

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