Hace unos días el director del Museo de Bellas Artes, José Ignacio Casar Pinazo, resumía en las páginas de este periódico los principales problemas con que se enfrenta la institución. Me gustaría comentar brevemente su diagnóstico y sus propuestas.

Para empezar debo decir que la decisión de abrir un debate en la prensa escrita sobre la situación del museo me parece sumamente encomiable. Más aún si se hace, como la ha hecho Casar, sin hurtar el bulto, dando cuenta de la gravedad de los problemas y explicando las actuaciones que se han emprendido, se van a emprender o deberían emprenderse para resolverlos. De su artículo saqué la impresión de que queda muchísimo por hacer. Que el director del museo tenga conciencia de ello es positivo.

Tanto el diagnóstico como las propuestas de Casar son, en líneas generales, acertadas. Especialmente en lo que se refiere al edificio. Creo, como él, que, cuando culmine la última etapa del plan de rehabilitación y ampliación (30 años después de que se iniciaran las obras), habrá que contemplar su relación con el entorno urbano y en particular el problema del acceso del público. Es un problema difícil que requiere la colaboración estrecha y generosa del ayuntamiento. Habrá que pensar también, como dice Casar, en futuras ampliaciones; aunque ese no sea por ahora una cuestión apremiante.

No coincido con Casar en sus apreciaciones sobre el plan museológico. La idea de estructurarlo en torno a la historia del arte valenciano, me parece desacertada. No hace justicia a la riqueza de las colecciones. Además, sería una rareza en el universo museístico de hoy. El Prado no está estructurado en torno a la historia del arte español, ni la Alte Pinakothek de Munich en torno a la historia del arte bávaro, ni el Art Institute de Chicago en torno a la historia del arte de Illinois. Por otra parte, aunque la ausencia de un plan museológico sea una carencia importante, el museo no está ahora en condiciones de elaborarlo, ya que carece de un equipo de conservadores con un conocimiento de las colecciones suficientemente profundo como para ofrecer una nueva lectura solvente de las mismas. Tardará años en tenerlo, porque los equipos científicos no se improvisan. Si, para culminar la última etapa de las obras hace falta ahora un esquema de distribución de las colecciones, lo adecuado sería elaborarlo con carácter provisional, cuanto más sencillo y continuista mejor (para no despistar al público), y esperar a mejores tiempos para una reestructuración a fondo, sobre todo si implica cuestiones teóricas o ideológicas.

La cuestión más importante, sin embargo, es la autonomía institucional del museo. Sin ella las interferencias del entorno burocrático y político seguirán impidiendo su funcionamiento correcto. Como acertadamente escribe Casar, la autonomía es «la prueba del nueve» del futuro de la institución. Me pregunto, sin embargo, si el gobierno valenciano y los partidos que lo componen son conscientes de que hay dos condiciones indispensables para que esa autonomía sea efectiva.

La primera es un pacto político. La autonomía debe reflejarse en las disposiciones jurídicas oportunas, pero no es una cuestión legal. Depende, como lo demuestra el ejemplo del Museo del Prado, de la voluntad de pactar. Los cinco partidos principales de la Comunitat Valenciana deben comprometerse a garantizar la neutralidad política y la autonomía de la institución. Y cuando hablo de pacto me refiero a todo lo contrario de lo que en la jerga política italiana se solía llamar lotizzazione „«a ti te toca tres patronos y a mí cuatro» o a la inversa. Eso no hace más que reproducir, en un escenario inapropiado, la lucha de los partidos políticos por el poder. La consecuencia de un pacto de ese tipo es la parálisis de la institución dividida en lotes. Lo vemos, por desgracia, en otras instituciones valencianas que fueron creadas en su día para que fueran autónomas, y que reúnen todas las condiciones legales para serlo, excepto la voluntad de los partidos políticos de respetar su neutralidad.

La segunda condición es la voluntad de arraigar el museo de manera profunda y estable en su entorno social. El número de visitantes (reales, claro) no es el único criterio para medir ese arraigo; pero es el más visible. Entre otras razones, porque está muy directamente relacionado con los ingresos propios del museo. Y no hay mejor barrera frente a las interferencias indebidas del mundo político que un amplio respaldo de público y un alto nivel de autofinanciación. ¿Cómo lograrlo? En su artículo, Casar reclama el apoyo económico del empresariado valenciano. Es un deseo encomiable; pero mi experiencia me dice que las aportaciones de las empresas a los museos llevan menguando desde hace décadas, tanto en España como internacionalmente. Y, en cualquier caso, sin una autonomía y una neutralidad política muy evidentes, las empresas huirán de la institución. Hoy por hoy, los dos capítulos mayores de ingresos propios para un museo, tanto en España como internacionalmente, son la venta de entradas y las ventas de sus tiendas. Ambas variables dependen directamente del número de visitantes. Es gracias al número de visitantes como el Museo del Prado y el Museo Thyssen han venido alcanzando en los últimos años, además de un amplio respaldo social, unos niveles de autofinanciación que se sitúan entre el 70 o el 80 % de sus presupuestos.

¿Cómo lograr incrementar el número de visitantes? Usando de nuevo la expresión de Casar, yo diría que ésta es, junto a la de la autonomía, la otra «prueba del nueve» del futuro de nuestro Museo de Bellas Artes. En realidad es la más difícil, ya que para atraer al público hace falta disponer de recursos suficientes, y para obtenerlos hace falta público. El factor que incide más directamente en la afluencia del público son las exposiciones temporales, y las exposiciones temporales de calidad son difíciles de hacer y caras. Estamos ante una espiral, que puede ser viciosa o virtuosa, con una inercia de larga duración. Solamente una dirección y un equipo de historiadores del arte realmente expertos en gestión museística y totalmente libres de interferencias políticas y burocráticas puede invertir, a medio o largo plazo, una espiral descendente como la que aqueja a nuestro Museo de Bellas Artes.

Todo parece indicar que los actuales responsables del museo, especialmente su director, están tomándose en serio la necesidad de sacarlo del estado de postración en que lo han dejado las últimas tres décadas de política valenciana. Sería de agradecer que concretaran más sus objetivos. Especialmente en lo que se refiere al pacto de neutralidad política y autonomía de la institución y a la necesidad de incrementar sus visitantes.

P.S. Recién terminado este artículo leo en la prensa reciente un importante artículo de César Antonio Molina, exministro de Cultura en el segundo gobierno del presidente Zapatero. Se centra en particular en el caso del Instituto Cervantes, pero menciona la necesidad imperiosa de «despolitizar las instituciones culturales» en general. Recomiendo la lectura completa del texto, pero no me puedo resistir a la tentación de transcribir su primer párrafo: «El Instituto Cervantes es un organismo independiente con un estatuto propio. Su actividad educativa no puede entenderse como estrictamente gubernamental porque eso afecta a su credibilidad. Debe desarrollar su trabajo a medio y largo plazo al margen de las idas y venidas de los gobiernos y sus intereses partidistas». Lo mismo vale para nuestros museos.