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El vacío cultural

El empobrecimiento educativo al que se ha visto sometido el país en los últimos años, con planes obsoletos y poco exigentes en cuanto a contenidos y nivel docente han llevado en paralelo a una bajada considerable en el consumo cultural, algo que no debe sorprender si llevamos a cabo la ecuación de una forma tan sencilla y clara.

No es casualidad que estas dos áreas hayan sufrido los mayores recortes y el mayor abandono político que se recuerda, y aunque quizás todavía sea pronto, ya podemos ver los resultados en las actitudes y tendencias de quienes han ido creciendo con estas duras medidas.

No se trata solamente de valorar el consumo, sino la ética y la frialdad con la que se refieren cuando preguntas si hay afición por la lectura o si se plantean directamente pagar por un espectáculo cultural. Son los años de la inmediatez. De la ausencia de filtros. Del todo vale. De hacer las cosas casi sin pensar en las consecuencias o en si estamos vulnerando los principios de ética.

Muchos adultos intentamos concienciarnos de que esto no nos pase, o al menos no lo practiquemos nosotros mismos. A veces lo conseguimos y otras veces no. Pero es muy complicado ejercer el consejo hacia generaciones que directamente han crecido con pocos o nulos valores porque directamente carecen de mimbres que puedan hacer entender lo que podemos decirles.

Hace aproximadamente una semana asistía en el auditorio de la SGAE de Valencia a la proyección y coloquio de diferentes cortometrajes de terror dirigidos por realizadores valencianos. Cuando llegó el delicado tema de las subvenciones, uno de ellos comentó que en este género es complicado recibir ayudas culturales porque se sobreentiende que en el concepto de la historia tiene que existir un fin social que justifique el desembolso de dinero público hacia ese proyecto. Por desgracia así es, pero no podía estar menos de acuerdo con esa máxima.

La mitad de la recaudación del IVA que el cine ha pagado a Hacienda en 2015 es la cantidad destinada a ayudas. Ni un euro más. El fin de una institución con respecto a la cultura debe ser la poner todos los medios para facilitarla y acercarla al ciudadano sin que para este sea inaccesible. Quizás sea un error haber ofrecido desde las instituciones conciertos gratuitos por doquier. Sobre todo en los años de bonanza económica. Puede que eso haya provocado, a la larga, un prejuicio para aquellos que ahora consideran caras las entradas a un concierto, al cine, o al teatro, considerado este último para privilegiados por el elevado precio con respecto a otras disciplinas. Pero puede que no esté solo ahí la base del asunto.

El abandono de la educación, el ninguneo a la cultura y la manga ancha para que las principales compañías telefónicas se forren a costa de altas de internet en los hogares sin controlar la piratería han acabado no solo con cualquier posibilidad de que se pueda seguir profesionalizando disciplinas como la música, el cine o la literatura.

También lo han hecho con la ética y la conciencia ciudadana, que abocada a la impunidad de la descarga libre decide no pagar y carecer de mala conciencia por usurpar sin pasar por caja las creaciones de otros.Sí, todo empieza en la educación. En hacer ver a los más pequeños que la cultura nos hace más completos, mejores. Que es necesaria. Y accesible. No vale con elegir tres días al año al azar para proponer precios populares. Mientras sigan obrando así desde lo institucional, poco habrá que hacer. Y así nos va.

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