Cuando Bob Dylan recibió el premio Príncipe de Asturias de las Artes en el año 2007, escribí en estas mismas páginas de Levante-EMV defendiendo que le fuera otorgado el premio ante quienes no sabían conciliar las artes con el rock. Pues Dylan, como señaló el jurado, fue el faro de una generación que tuvo (tuvimos) el sueño de cambiar el mundo. Efectivamente, Dylan y las artes, y, entre ellas, la literatura como ahora se le reconoce con el Nobel, al plantearnos muchas cuestiones para buscar las respuestas en el viento.

Leonard Cohen, a quien igualmente admiro como poeta y cómo músico, afirmaba en la presentación de su reciente You want it darker que la concesión del Nobel a Dylan «es como ponerle una medalla al Everest por ser la montaña más alta», lo que trajo a mi mente su poema incluido en el libro La caja de especias de la tierra, «There are some men»: «Existen hombres que debieran tener montañas para eternizar sus nombres en el tiempo» Dylan colaboraría con Cohen en su disco Death of a ladies´ man (Muerte de un mujeriego), producido por Phil Spector, e interpretaría, en diversas ocasiones, su célebre Halleluja.

También Cohen recibiría, en 2011, el Príncipe de Asturias, en su caso, de las Letras, por sus textos expresivos, conceptuales pero luminosos. Cuando Cohen, canta a Lorca en Poetas en Nueva York, ambos se hacen más entrañables. El «Pequeño vals vienés» («Take this waltz», en la adaptación inglesa de Cohen) inunda con su poesía, arrolladora e íntima, el Concert hall. Mientras redactaba estas líneas lamentaba que no haya llegado a tiempo la concesión del Nobel de Literatura a Leonard Cohen.

Por eso la concesión del Nobel a Dylan, se hace extensiva, entre los admiradores de ambos, a Cohen. Dylan, por haber creado, en palabras de Sara Danius, secretaria permanente de la Academia Sueca, nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción norteamericana. Cohen, por su calidad como poeta e intérprete, oscuro y luminoso, oculto y visible, difícil pero siempre gratificante. Así, en Suzanne, una bella balada compuesta con la letra de uno de los poemas del libro Los parásitos del cielo. «Te lleva a su casa junto al río, y tú aceptas viajar con ella, quieres viajar a ciegas, porque sabes que puede confiar en ti, que puedes confiar en ella, pues tocasteis vuestros cuerpos perfectos con el pensamiento». Es Cohen en estado puro.

Dylan nos mostró que los tiempos estaban cambiando («The times they are a changin»), que las aguas iban en aumento, los ganadores acabarían perdiendo, no cabía bloquear la entrada a lo nuevo, pues los cambios estaban llegando. Cincuenta años antes de Indignados, de Stéphane Hessel, del 15M, de la primavera árabe, de «El Establishment» de Owen Jones, ya entonces, Bob Dylan nos indicaba el rumbo de los tiempos. Parafraseando el documental, No direction home, de Martin Scorsese, dedicado a Dylan, no sabemos en qué dirección, pero confiemos que en la dirección de los valores que Dylan preconizaba. Cohen, en el documental de Lian Lunson I´m your man, nos decía que él era nuestro hombre. Nuestro hombre para el Nobel. Tarde, lamentablemente. Se fue uno de los nuestros.