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Los granjeros y el millonario

Sin pena ni gloria ha pasado por Cuatro la quinta edición de «Granjero busca esposa» y solo me cabe pedirle a sus responsables que, si vuelven a intentarlo, recuperen a Luján Argüelles para la causa. Porque sin ella falta un elemento imprescindible en lo «tróspido»: esa cínica distancia con todo lo que sucede en el programa. Habrá quien discrepe, pero a mí la frialdad de la presentadora me reconforta porque transmite la convicción de que nadie se toma del todo en serio el fondo de estos amoríos casi imposibles. Es la diferencia entre la realidad y el reality tantos años después de la pérdida de la inocencia televisiva. Con Carlos Lozano al mando la cosa es diferente: él parece un buenazo que empatiza con todos, al que le duelen las lágrimas de los concursantes como si realmente estuviera en juego el amor de sus vidas en cada cita de cinco minutos con la cámara en la chepa.

En el programa final de esta temporada, por ejemplo, el presentador sufrió a la hora de anunciar la última sorpresa que le deparaban al vaquero vasco Lander: un minuto antes de elegir entre las dos finalistas volvía la que había sido su candidata favorita. Un giro de guión que hubiera hecho las delicias de Luján y que acongojó a su sucesor, agobiado entre llantos e insultos.

Hubo muchos finales felices para estos romances improbables y también muchos giros dramáticos para tratar de animar el cotarro. Aunque tiene bemoles que el aristocrático don Luis, después de tantos juegos florales con las aspirantes a su amor, acabe volviendo con su ex que pasaba por allí, por la finca de la Córdoba argentina. A día de hoy, meses después de la grabación, son una de las dos únicas parejas televisivas que ha sobrevivido.

La otra es la de Rocío Jurado, mujer folclórica de nombre y actitud. Ella es de las que ha disfrutado el programa, entre fiesta y fiesta. Parecía no creerse demasiado el culebrón pero, a la chita callando, se ha llevado el rubio al agua y espera llevárselo también de romería al Rocío.

«TRUMPEANDO». Quien se ha llevado el gato al agua y el auténtico premio gordo es Donald Trump. De la broma al susto y de la posibilidad al campanazo, el millonario se ha aupado sobre su fama televisiva para lograr la presidencia de los Estados Unidos. El menosprecio de los periodistas y las élites, de los urbanitas y la intelectualidad, no ha hecho mella en él. Desde el principio ha estado cómodo siendo el centro de atención de la campaña, el pan y la sal de todos los debates. El millonario se ha ganado el corazón y el voto del granjero, de ese americano medio que ha traído a la realidad un presidente de reality.

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