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Me alegro

Hace pocos días, John Carlin escribió lo siguiente: «El problema no es Donald Trump. El problema es el trumpismo, un cóctel de odio y fascismo repleto de mentiras e incoherencias confeccionado sobre la marcha por Trump y sus aduladores en un proceso febril de incitación mutua». Pues Donald Trump fue elegido el martes pasado presidente de los Estados Unidos con el apoyo de millones de sus compatriotas. Creo que la imagen que quedará de sus atropelladas y estúpidas promesas será la de un presidente americano comprometiéndose a levantar en 2016 un muro entre su país y México. ¡Cómo resulta de ridículo después de que un predecesor suyo derruyera en 1989 el de Berlín! Si esto no es ponerle puertas al campo que venga Dios y lo vea.

Lo que me alarma es que medio país haya conseguido llevar a la presidencia a un tipo cuyas promesas (meter a Hillary en la cárcel, echar a todos los musulmanes, derogar el Obama-care el plan que extendía la sanidad pública a muchos desamparados, impedir el tratado TTP de libre comercio, reducir su presencia en la OTAN, acabar con el aborto como derecho de las mujeres y más cosas de similar tenor) son inviables; tanto, que a medida que avanzaba la campaña las fue difuminando en la inconcreción. Pues lo ha elegido una porción de la ciudadanía que se ha tomado estos compromisos en serio. No los aguados sino los que fueron enunciados en el calor del populismo más brutal y grosero. Y encima cuenta con la mayoría republicana en el Senado y la Cámara. Un pan como unas tortas.

Habrá que ver cuál es la ciudadanía que lo ha llevado a la Casa Blanca junto con los votantes republicanos tradicionales. Pues han sido los artífices del éxito, la gente del centro del país: blancos, antijudíos, racistas, aislacionistas, sin instrucción y sin carrera, machistas instalados en el discurso del odio, desencantados de la política. Como el propio Donald Trump, claro, que de lo único de lo que está seguro es del Make America great again, hacer que América vuelva a ser grande, como si hubiera dejado de serlo en algún momento. Lo único que pasa es que han ganado los otros, una amalgama de descontentos con el sistema, como una renovada ola de un 15M americano.

Creo que el despertar será duro para sus votantes y, por supuesto, para el resto de sus conciudadanos. Y no puedo evitar pensar en lo que fue Alemania en enero de 1933, el día en que Adolf Hitler triunfó en las elecciones, para liderar un país resentido, empobrecido, al que prometió la luna. No sé si es la misma luna que Trump ha prometido a los suyos.

Me empeño en vaticinar lo imposible, dado el estado en que se encuentra la moral en el mundo de 2016. Dije que la campaña para el Brexit estaba armada sobre mentiras y que me parecía imposible que los británicos fueran tan ciegos como para querer que Europa se hunda. Me equivoqué: los que han querido sacar a Gran Bretaña de la UE son los mismos ignorantes llenos de beatería patriotera que han llevado a Trump a la victoria. Dije que era imposible que Trump triunfara. Y me equivoqué.

Me alegro: prefiero haberme equivocado antes de que se me pueda identificar como un pragmático que está dispuesto a aceptar el resultado de las elecciones y a decir que ha llegado el momento de olvidar los enfrentamientos y de desearle a Trump buena suerte en su misión de liderar a todos los americanos y al mundo libre. Los líderes del mundo lo harán. ¿Será su sistema, el de las economías y políticas desarrolladas, capaz de absorber y neutralizar el fenómeno trumpista? Supongo que sí, puesto que el mundo tiene que seguir rodando.

Culpa mía por confiar contra toda esperanza en la bondad e inteligencia de los humanos. Hillary Clinton, la hija del sistema, no era una propuesta particularmente erótica, pero era el menor de los males: y se le suponían los valores que son nuestra moneda común, que están establecidos en el progreso de la civilización, que han dejado atrás lo que reflejan las promesas del candidato republicano ganador. Debería estar prohibido dar marcha atrás. Trump acusaba a Clinton de ser una corrupta; ¿habrán mirado bien los americanos a su nuevo presidente y sus baremos éticos?

Deseo a todos que se les acabe pronto esta pesadilla y a los demócratas que encuentren enseguida un nuevo líder con el carisma necesario para devolverlos a la Casa Blanca.

Hoy me alegro de no ser estadounidense. Bastante tengo con ser ciudadano de un país aliado.

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