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Nieva

Caballero Bonald, uno de nuestros grandes escritores „muy festejado ahora, al cumplir noventa años„ opinaba de otro grande de su misma edad, Francisco Nieva: «Es el mejor hombre de teatro de España desde Valle Inclán». Sin embargo, Paco Nieva, (dramaturgo, escenógrafo, figurinista, pintor, novelista, académico de la Lengua, premio Príncipe de Asturias, dos veces Nacional de Teatro, premio Mariano de Cavia como articulista, objeto de tesis y publicaciones de universidades internacionales) no ha sido nunca un autor popular. Pero existe una especie de hermandad «nievista» no oficial ni constituida, aunque no menos real, de la que me considero parte inequívoca. Y me duele de modo especial la muerte de este hombre múltiple, del que releo gustosamente sus dos libros fundamentales: Las cosas como fueron, unas memorias volcánicas, reflejo de una existencia apasionante a la vez que testimonio de un periodo trascendente de la cultura europea, y El reino de nadie, recopilación de sus brillantes artículos en la prensa.

Siempre he admirado a Nieva, su teatro «furioso», barroco, torrencial, amalgama de surrealismo y sainete, con influencias „declarador po él mismo„ de Buñuel y Dalí, sin que en ningún momento oscurecieran su insumisa personalidad. Recuerdo el impacto que me produjeron, hace muchos años, sus piezas teatrales La carroza de plomo candente o La señora tártara, y cómo, cada vez, ante una obra suya, he experimentado la misma sensación de deslumbramiento y goce. Una de las últimas, en 2015, en el madrileño Teatro María Guerrero, fue Salvador Rosa o El artista, desbordante sátira del poder que, según Guillermo Heras, director del montaje, «une la belleza del idioma a la acción de un teatro de siempre». Y más cerca aún está el estreno de Día de capuchinos, aquí, en el Teatro Rialto, bajo la dirección de Antonio Díaz Zamora, el pasado mes de junio.

Mi recuerdo más directo e imperecedero es el de una cena con otros personajes en torno a Nieva, locuaz, ameno, rebosante de inteligencia y sutileza aquella noche de abril de 1998. Algunas palabras suyas las anoté apresuradamente y las transcribo a continuación a modo de pequeño homenaje/despedida a este creador impar: «Muchas cosas me las inventaba en sueños». «El teatro, que es una locura dirigida, me protegió de mí mismo. Me hizo leve la vida, que es tan corta. Y tanto me distraje con él, que se me olvidó hacerme rico».

Para terminar, el párrafo final de sus memorias: «Ninguna rosa seca, entre las páginas de un libro, resucita jamás. Pero ahí está, muerta, testificando que estuvo viva, que nació fragante y erguida bajo la caricia del sol».

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