En la era de la globalización, el poder de los medios de comunicación es tal que la importancia de los acontecimientos que nos suceden a cada instante se hace depender de la trascendencia que a los mismos quieran otorgarle aquellos. Por ejemplo y por citar algún caso relevante y reciente: en el verano pasado, algunos medios recargaron sus programaciones con la Olimpiada de Brasil, de modo similar a lo ocurrido con la información sobre las elecciones que han dado con la designación de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, de tal modo que a pocos ciudadanos puede pasarles desapercibidos los acontecimientos; o los eventos deportivos de todo tipo que disfrutan de un tratamiento muy generoso en el tiempo; por no hablar de determinados incidentes de nuestra política nacional que se magnifican o se diluyen según los intereses del medio que los trata.

Quienes dedicamos una parte de nuestra vida académica a reflexionar en torno a el maltrato a las personas mayores no podemos sustraernos a este fenómeno que para muchos estudiosos constituye una auténtica tragedia en plena sociedad moderna pasando, sin embargo, desapercibida en la mayoría de los ambientes. En efecto, como afirma la profesora Iborra Marmolejo, en la línea que terminamos de trazar, "en todas las sociedades hubo y siguen existiendo problemas que permanecen ocultos o semiocultos, porque no se repara suficientemente en ellos o porque otra problemática, también relevante, ocupa la atención de los medios de comunicación de manera más inmediata".

En los últimos tiempos han proliferado los intentos de concretar el concepto y se han generado múltiples definiciones que han considerado el maltrato a las personas mayores como "todo tipo de acciones u omisiones que, producidas dentro de una relación de confianza, son capaces de proyectar daño físico, psíquico o de cualquier otra tipología susceptible de vulnerar de forma más o menos grave, el disfrute de cualquier aspecto de la calidad de vida del mayor, y que se consuma en un ámbito en el que la persona desarrolla cualquier aspecto de su vida".

Desde esta perspectiva, en las últimas décadas y para los distintos ámbitos en los que se desarrolla la vida de los mayores (familiar, institucional o comunitario) se han ido sistematizando diversas tipologías que sobrepasan la docena de modalidades que se acomodan al tema del que tratamos: desde el maltrato físico, psicológico o económico hasta la violación de derechos en aspectos variados.

De muy reciente configuración, se han incorporado al cuerpo doctrinal del asunto un par de modalidades que por su singularidad vamos a tratar brevemente en este artículo, como son el "edadismo" y el conocido como "síndrome de la abuela esclava", formas de maltrato generadoras de un sufrimiento callado, casi imperceptible, pero de graves y funestas consecuencias contra la integridad de la persona que lo sufre.

La profesora Bazo (citando a autores como Aitken y Griffin) considera que el edadismo "es una de las formas de discriminación más insidiosas en las sociedades occidentales, que se asocia con las formas en las que el poder se expresa y representa en nuestra cultura". Como ocurre con el estatus y el prestigio y con otras formas de discriminación, la concepción varía según se trate de mujeres o de varones, en detrimento de aquellas. Consiste en la presencia de estereotipos y actitudes negativas o discriminatorias contra una persona o un sector social por el solo hecho de la edad.

Fue descrito por el gerontólogo americano Robert Butler (1987), recogido y estudiado posteriormente en Europa a partir del análisis de los prejuicios con que se contempla a las personas ancianas, en general.

Puede ser observado en la vida diaria entre distintos individuos, así como en las mismas instituciones e implica tanto la actitud ofensiva y despectiva hacia los mayores como el talante paternalista no menos hiriente para la dignidad del sujeto.

Se desprecia la vejez y se le teme, lo cual sigue alimentando el riesgo discriminatorio lo que, por otra parte, no ocurre igual según razas y culturas de modo que en las orientales se pone el mayor énfasis en los deberes de los padres para atender y criar a sus hijos, y de estos en observar una piedad filial con los padres e, incluso, mostrar obediencia absoluta. En nuestro ámbito podemos constatar la singular excepción de ciertos grupos sociales, como la etnia gitana en cuanto a honrar especialmente a sus mayores.

Quien esto escribe (también incurso en la franja de edad de persona mayor) constata a diario la existencia de edadismo en cualquier entorno y está convencido de su enorme expansión, en la mayor parte de los casos, desapercibida o imperceptible, lo que tiñe este comportamiento de esa especial insidia a que se alude anteriormente (Aitken y Griffin).

Por lo que respecta al síndrome de la abuela esclava, el profesor A. Guijarro (de la Universidad de Granada) ha tipificado recientemente "un cuadro clínico patológico muy frecuente...que afecta a amas de casa en ejercicio activo". Esencialmente afecta a mujeres mayores con exceso de responsabilidades directas de ama de casa, cuidadora, limpiadora y educadora; funciones asumidas voluntariamente y con agrado durante muchos años y que se caracteriza por el elevado grado de sufrimiento crónico que provoca, con gran deterioro de la calidad de vida de la víctima, que por su parte no se considera sometida a estrés ya que aunque reconoce tener demasiadas responsabilidades, afirma que puede llevar el cometido de modo adecuado y su posible malestar se debe a otras causas. Por su parte, la familia se mantiene ajena a esta situación o no le interesa asumir la realidad, considerando que la única culpable es la abuela, "que es así de desinteresada".

La masiva incorporación de la mujer al trabajo hace que las labores domésticas hayan dejado de asumirse por las tradicionales "amas de casa", de tal modo que las crecientes necesidades económicas aconsejan las aportaciones por parte de "los abuelos". (Nosotros nos atrevemos a añadir que, aunque en menor medida, el síndrome también puede constatarse en el caso de los hombres mayores).

En el origen del problema del maltrato a las personas mayores están las transformaciones sociales y económicas que han venido generándose en nuestra sociedad y que han ido degradando el estatus del "pater familias". Se encuentra doctrinalmente inmerso en el apartado de violencia familiar que, como la violencia general, deriva de la capacidad de los seres humanos para producir daño a otros. Pero además, en esta modalidad de maltrato inciden esencialmente otros dos factores de riesgo, como son el envejecimiento y la dependencia, fenómenos ambos en expansión.

El envejecimiento de la población (y paralelamente de la dependencia) es un hecho tan evidente como preocupante y se une al descenso de la natalidad. Según CEOMA, un 17% de la población en España tiene más de 65 años y se espera que para 2050 esta proporción se eleve hasta el 30´8%.

En la Comunidad Valenciana (censo 2015), el 18,37% de la población se encuentra en edad superior a los 64 años (914.952 de los 4.980.689 habitantes), dato tan relevante que hace imprescindible que la sociedad tome conciencia de esta lacra y sea capaz de adoptar medidas concretas de prevención y actuación eficaz.

Sirvan estas líneas como un aldabonazo y un toque de atención que nos haga recapacitar sobre este fenómeno.