A menudo nos preguntamos el porqué de algunos actos de nuestros hijos, especialmente cuando chocan con valores o actitudes en los que los hemos educado. Ocurre con el consumo de alcohol.

Una niña de doce años acaba de fallecer en un pueblo madrileño tras sufrir un coma etílico mientras participaba en un botellón para celebrar Halloween. Aquí, en el último año, casi mil menores han sido atendidos en hospitales valencianos por ingesta abusiva de alcohol, dato que debería hacernos reflexionar. La media de edad de los jóvenes atendidos era de 13 años.

Cada ingreso hospitalario de este tipo tendría que ser noticia; de lo contrario, lo que es una clara señal de alarma social puede acabar asumiéndose como algo normal. Hay explicaciones para este tipo de conducta en la adolescencia y conocemos también los riesgos fisiológicos del consumo de alcohol. Pero deberíamos pasar más a menudo de la teoría a la acción, algo que muchas veces evitamos por no ser políticamente incorrectos.

Por ejemplo, no es comprensible que una manifestación supuestamente cultural desemboque en un macrobotellón. Como no es entendible que se produzcan borracheras colectivas cuando nuestras ciudades están sembradas de espacios deportivos, culturales? Tampoco es normal la facilidad con que los menores logran acceder a alcohol de alta graduación.

Siempre queda la falsa idea de que las estadísticas valen para los otros, que nuestros hijos no van a verse envueltos en ese problema. Puede que así sea, pero no estaría de más un esfuerzo individual para detectar señales de alarma. Es una labor que muchas veces delegamos, por puro egoísmo o comodidad, en el sistema educativo. Sin embargo, la responsabilidad es nuestra.

Me explicaba un colega experto que las escuelas de padres, como herramienta de prevención, no están siendo útiles, porque quienes acuden son justamente las familias que menos lo necesitan. Y los envidiados modelos nórdicos puede que sean exitosos en el ámbito académico, pero no así en el conductual.

La utopía no es una meta a desechar. El esfuerzo de una sociedad debe dirigirse hacia objetivos ambiciosos para alcanzar un modelo que nos sirva para crear no sólo buenos profesionales, sino buenos ciudadanos. Empecemos por evitar que los fines de semana se conviertan en la excusa de miles de menores para emborracharse.

Los datos oficiales me hacen comprender ahora, porqué tantos compañeros, ya entrados en edad, piden bebidas sin alcohol o agua en nuestros encuentros. No se han descubierto las américas. El problema ya existía décadas atrás, tal vez no en su prontitud.