En la Europa de los 28, nueve países han implantado un Sistema de Depósito, Devolución y Retorno (SDDR). Hay que distinguir entre los que por sus circunstancias físicas, demográficas, socioeconómicas, etcétera, decidieron desde un principio optar por este modelo, y los que han elegido implantar el SDDR con posterioridad y en paralelo al modelo de contenedores. Solo han sido dos: Alemania y Lituania. Son los casos más parecidos a lo que se debate en España. En ambos, los resultados han confirmado el importante error estratégico de dicha decisión. ¿Por qué? Sencillamente porque mantener dos sistemas en paralelo es tremendamente ineficaz.

En España, es frecuente que se ponga como ejemplo el modelo de SDDR alemán, pero la realidad no ha sido tal como la pintan sus defensores. El debate en Alemania también fue intenso y no se basó en cifras y datos objetivos, que todavía no existían. Esto ha supuesto un coste no despreciable para la economía de Alemania y de sus ciudadanos de 726 millones de euros de inversión inicial y de 793 millones anuales para su mantenimiento.

En primer lugar, en mi país el SDDR se promovió para fomentar la reutilización de envases penalizando los envases de un solo uso. El objetivo se fijó en lograr que el 72,5 % de los envases domésticos fueran reutilizables. El fracaso ha sido total y el envase reutilizable continúa su imparable caída. En concreto, el sector de la hostelería fue muy crítico, ya que restaurantes y cafés tenían serios problemas de espacio y no entendían por qué tenían que ser gestores de envases y adelantar dinero al sistema. A los ciudadanos nadie ha querido informarles del impacto medioambiental, que ha sido muy reducido, ni de su sobrecoste.

Hay que resaltar que en Alemania hay una importante falta de transparencia sobre el impacto medioambiental del sistema, al contrario de lo que sucede en otros países donde se implantó en origen, como Suecia o Noruega. Sus gestores no publican datos que permitan realizar análisis objetivos, por lo que solo disponemos de unas pocas declaraciones que sus directivos han realizado en eventos públicos, en los que afirman que la tasa de reciclaje solo ha aumentado entre un 2 y un 3 %.

Otro efecto negativo que ha tenido y que pagamos entre todos, es el fuerte encarecimiento del sistema de contenedores (similar al que opera ahora en España), al eliminar de ese canal los envases de más valor (van al SDDR) sin poder reducir los costes del sistema. Un impacto que también ha afectado directamente a los ayuntamientos, que ahora reciben menos dinero de los gestores, al haber visto minorados los ingresos para su gestión.

Tampoco el SDDR ha sido solución al abandono de basuras (littering). Se trata de un país donde la actividad social en la calle es mucho menos frecuente que en el arco mediterráneo, por lo que el littering no ha sido un gran problema medioambiental. Además, la conciencia medioambiental del ciudadano alemán hace que no suela tirar basura en las calles, una actitud de compromiso que no ha tenido un cambio sustancial después de la implantación del SDDR.

Por otro lado, detrás de los argumentos medioambientales, también están los económicos. Las multinacionales que controlan el mercado mundial de máquinas de depósito de envases apoyan económicamente a las organizaciones que impulsan este modelo. Esta estrategia se está llevando a cabo en multitud de países e incluso a nivel global; un enfoque completamente válido si se ve desde la perspectiva empresarial, pero que no deja de, con o sin intención, engañar a los consumidores y decisores.

En definitiva, en Alemania el objetivo era y es el mismo: aumentar la tasa de reciclaje y reducir el abandono de basura. En eso coincido con los defensores del SDDR. En lo que discrepo profundamente es en el camino elegido, porque gastando muchos menos recursos en mejorar el sistema actual, se alcanzarían mayores logros medioambientales en menos tiempo. El SDDR es un buen sistema y es útil en muchos contextos, pero no en aquellos países donde ya existen sistemas que funcionan con éxito y que tienen importantes márgenes de mejora para alcanzar los objetivos exigidos por Bruselas o por los propios gobiernos nacionales y autonómicos. El gran error que se cometió en Alemania fue la convivencia de ambos sistemas de forma obligatoria. Espero no verlo reproducido en España.